JORGE EDWARDS ES ESCRITOR – ABC – 11/07/16
· Se terminó hace rato la Guerra Fría, cayeron algunos muros, pero se levantan otros, o tratan de levantarse por todos lados. Pregúntenle ustedes al señor Trump, a Marine Le Pen, a muchos de extrema derecha o extrema izquierda. Se trata de evadirse, por las buenas o por las malas, de los acuerdos internacionales, las comunidades, los conjuntos, para refugiarse en rincones bien protegidos.
Como ya nadie puede pensar en revoluciones grandes, mayores, a la manera de la francesa o de la rusa, y como ya no puede haber guerras mundiales, ni siquiera frías, aunque sí existan peligrosas y dramáticas guerras parciales, se produce una tendencia bastante general a la difusión de revoluciones menores y de guerrillas inútiles. Si uno se dirige a audiencias donde concurren personas de ambos sexos, no debe decir «todos», sino «todas y todos». De lo contrario, comete una grave transgresión contra las normas de género. Tampoco se puede hablar de «los hombres» cuando se menciona un conjunto de hombres y mujeres.
En otras palabras, las gramáticas actuales deben tener sumo cuidado con las ideologías, con las cuestiones de género, con un sinnúmero de muy delicadas distinciones y clasificaciones. Se terminó hace rato la Guerra Fría, cayeron algunos muros, pero se levantan otros, o tratan de levantarse por todos lados. Pregúntenle ustedes al señor Trump, a Marine Le Pen, a muchos de extrema derecha o extrema izquierda. Se trata de evadirse, por las buenas o por las malas, de los acuerdos internacionales, las comunidades, los conjuntos, para refugiarse en rincones bien protegidos. En la mitad del siglo XIX, Victor Hugo plantaba y regaba el árbol de Europa.
La tendencia actual consiste en sacar ramas de árboles añosos, vetustos, y colocarlas en maceteros bien protegidos. Los árboles están en contacto con el cielo, con la noche, con las raíces: con la historia y la naturaleza. En contraposición a los poderosos castaños y robles, a las señoras araucarias (cuidado con el género), haremos una política de maceteros redondos, cerrados, excluyentes, con sus correspondientes y singulares arbustos. Hasta las hormigas serán perseguidas y aplastadas.
El Brexit inglés y las elecciones españolas han sido fenómenos interesantes, reveladores, contrapuestos. Se podría sostener que el referéndum del Reino Unido, con sus factores individualistas, exagerados, apasionados, ayudó a los electores españoles a pensar las cosas con un poco más de calma. Alguien me dijo que era una visión mía excesivamente optimista. Pues bien, creo en el optimismo y en su necesidad, así como creo en otros valores que no se pueden reducir a números. A mi modo, soy partidario de las matemáticas dementes, las de Lewis Carrol. Hasta aquí no me traicionan: conducen a una forma de razón, de racionalidad, quizá más razonable que las otras.
Cuando se produjo en España la transición a la democracia, con sus momentos extraordinarios, inspiradores, y cuando la transición chilena, alrededor de quince años más tarde, siguió líneas parecidas y trató de aprovechar la experiencia histórica peninsular, hice una observación que me parecía evidente, aun cuando no fuera evidente y visible para todo el mundo: había núcleos duros, extremos, obcecados, marginales y al parecer marginados, que no participaban en absoluto de la alegría de la mayoría. Para esos grupos, para esos esprits chagrins, para emplear una expresión clásica, las transiciones a la democracia, con sus inevitables negociaciones, con sus pactos internos, no eran más que vergonzosas transacciones, equivalentes, en último término, a traiciones.
Esos grupos fueron derrotados en su momento y nuestros países hicieron progresos políticos, económicos, culturales, indesmentibles, pero en la historia, y sobre todo en la historia de las ideas, todo vuelve, todo es circular y cíclico. Ahora vuelven los viejos enemigos de las transiciones racionales y posibles y surgen por todos lados las nuevas mayorías, las retroexcavadoras, los indignados en sus causas generales y particulares. Existe el derecho a protestar, desde luego, aunque los modelos de los que protestan, los ídolos del día, no sean generosos en la aceptación de este derecho. Y la idea central, en apariencia dominante, es fundacional: comenzar todo de nuevo, comenzar de cero. Es el predominio del cambio, pero no como forma de progreso gradual sino como dogma, como imperativo categórico.
Como los ídolos de la izquierda revolucionaria actual cometen tantos errores, se saca a relucir a ídolos más antiguos, que ya descansan en sus nichos, en sus estatuas, en sus nombres de calles y de plazas, que no están en condiciones de bajar de sus pedestales. Muchas apologías coinciden en Salvador Allende. Tiene indudables méritos republicanos, democráticos, que sus seguidores de ahora no siempre tienen. Sus ideas económicas eran prehistóricas, pero no se puede negar que tenía un respeto elemental del Estado de derecho, de las tradiciones parlamentarias, legalistas, muy diferente del que exhiben las familias Castro, Chávez, Maduro, Kirchner. Algunos sostienen que murió precisamente a causa de eso, que su ingenuidad política lo condujo directamente al desastre.
Es un lugar común sobre el tema, y un error ampliamente difundido. Al final de sus breves tres años de gobierno, antes del golpe de Estado, Allende perdió el rumbo y no comprendió que una inflación que se había convertido en inflación galopante era un peligro mortal para su poder presidencial, por legítimo que fuera en sus orígenes. El intento desesperado de fijar los precios por decreto tenía como corolario el desabastecimiento y el mercado negro. Un funcionario francés del Fondo Monetario Internacional tuvo la oportunidad de conversar largamente con él y trató de explicarle el problema. A su regreso a Francia, en un bistró de París, me contó esa conversación en detalle. El presidente Allende le había preguntado a mi amigo del Fondo Monetario lo siguiente: ¿por qué a él le entendía todo, y a los economistas suyos no les entendía una palabra?
Las vueltas de la historia nos llevan a escuchar ahora argumenos no menos simplistas. Entendemos poco, y sospechamos que los explicadores entienden todavía menos. Alguien nos advierte en tonos truculentos que no se puede aceptar el crédito bancario: los bancos, representantes de fuerzas oscuras, manipularán después para sus fines a los deudores. Pues bien, hasta los niños saben en estos días que una economía moderna necesita un sistema de crédito sano, eficiente, bien controlado.
De algún modo, hemos tocado fondo y surgen posibilidades nuevas. En América del Sur, Mauricio Macri se reúne con los miembros de la Alianza del Pacífico y plantea la intención de acercarse más a ese grupo. En España se conversa, se barajan alternativas, y surge la idea de dar un paso nuevo, modernizador. En otras palabras, se vislumbra una luz al final de numerosos túneles. A pesar del Brexit y de todo eso. ¡No es poco!
JORGE EDWARDS ES ESCRITOR – ABC – 11/07/16