Javier Rupérez, EL IMPARCIAL, 31/5/12
En las últimas siete décadas de vida española —las que transcurren desde el final de la Guerra Civil- las hemos visto de todos los colores. Naturalmente la memoria no es unívoca y serán muchas y muy diferentes las versiones que cada cual tenga del transcurso de los acontecimientos en ese ya largo espacio temporal. Nadie en su sano juicio, por ejemplo, pondría hoy en duda la dureza de las condiciones políticas y económicas de la primera e incluso de la segunda postguerra, cuando la muerte por fusilamiento no era imposible, ni el hambre una referencia retórica, ni la emigración un recurso literario. Pero sería desmesurado describir el periodo como uno más en la, para tantos, desgraciada historia de nuestro país. Fue mejorando el umbral de la esperanza a medida en que se cumplían los plazos vitales de la dictadura; la fuerza de las circunstancias forzó el fracaso de la autarquía y sus sustitución por un primero y tímido desarrollismo; las necesidades de todo tipo que aconsejaban la apertura al extranjero fueron dulcificando los perfiles autoritarios del sistema al tiempo que la economía española se abría al mundo exterior; tras la muerte del General Franco, y a pesar de las incertidumbres que el óbito acarreaba, la comunidad de los españoles, en la senda del excelente liderazgo encarnado por Juan Carlos I y por Adolfo Suárez, construyó una democracia sólida y vibrante allí donde nadie, ni siquiera nosotros mismos, la esperaba; y con aciertos y con errores, la alternancia en el poder ha funcionado de manera razonable en el marco constitucional mas sólido conocido nunca por la historia española. Es cierto que la desgracia se volvió a cebar con el solar hispano durante los nefastos años del zapaterismo, pero en esos momentos, como en casi todos los anteriores, la esperanza de un futuro mejor, por remota y leve que resultara, rara vez nos abandonó. Hasta ahora: nunca, al menos en mi memoria, la colectividad de los españoles se había enfrentado a la dureza de la crisis con tan pocas esperanzas para su solución. Las culpas seguramente son de muchos y cualquier esfuerzo que se haga para identificar a sus responsables será poco si queremos salir del agujero con la digna solidez que supone haber aprendido la lección, pero lo que tristemente permea a la sociedad que hasta hace poco se mostraba alegre y confiada es el desánimo. Es esa la brutal realidad dominante, que se traduce en la pesadez del ambiente circundante, en el desconcierto consiguiente, en la desesperada convicción de que no hay salida.
Salida hay, aunque nadie parezca conocer con precisión sus perfiles, si recordamos sin contemplaciones sus exigencias: rigor en las cuentas, control en los gastos, dedicación al trabajo, recomposición del maltrecho baúl de los valores patrios. Todo ello conducido por un fuerte liderazgo interior y exterior que sea capaz de presentar al ciudadano un horizonte de esperanza, por lejano que sea, y hacia el exterior el margen de credibilidad sistemáticamente malgastado por nuestros gobernantes en los últimos y penúltimos tiempos. La prima de riesgo, cierto es, hipoteca nuestro futuro. Pero mucho mas lo hace la indecisión, las vacilaciones o la vana creencia de que pasado el temporal todo volverá a ser como antes. Es imprescindible una nueva didascalia para hacer comprender al ciudadano renuente las verdades del barquero: sólo podremos gozar del bienestar que sepamos cubrir con nuestros medios; el nuevo tiempo es uno de exigencia; el “Estado del Bienestar” no pasa de ser un pío deseo si la productividad nacional no ofrece medios suficientes para financiarlo; el dinero público, al contrario de lo que pensaban algunos integrantes de Gobierno zapateril, es de todos y de su rendición de cuentas todos somos igualmente responsables; al “Estado de las Autonomías” hay que aplicar las mismas reglas de eficiencia y austeridad; en definitiva, España será los que lo españoles quieran y estén dispuestos a pagar.
Afirman los clásicos que las crisis comportan lecciones de imprescindible aprendizaje y garantizan que en ello -algo de positivo deberían tener- se encuentra lo mejor de su experiencia. Se me ocurre que para ello, y al menos para comenzar, sería conveniente que los partidos políticos más representativos en el arco parlamentario encontraran las formulas necesarias para aparcar sus diferencias y sentar unas nuevas y mas sólidas bases para el futuro de la nación que incluyeran el tratamiento de la crisis financiera y bancaria, la reconsideración política y económica del mapa autonómico española y una nueva descripción de las posibilidades de coberturas en el terreno social, educativo y sanitario. Además de una propuesta para reforzar la arquitectura institucional, política y económica de la Union Europea. ¿Unos nuevos Pactos de la Moncloa? ¿Un Gobierno de concentración nacional? ¿Un amplio esquema de acuerdos multipartidistas? Quién sabe, Lo que sabemos es que el tiempo nos come, la crisis no para, y el desánimo cunde. No es exagerado decir que este es el momento de la grandeza y del sacrificio con una sola finalidad: salvar a España del precipicio. Y estamos realmente al borde.
Javier Rupérez, EL IMPARCIAL, 31/5/12