- Un aguijón, en el último momento, pincha al loco que hay en mí y vuelve a inocularle la esperanza, vuelve a animarle con la posibilidad real de gozar algún día de algo parecido a un nuevo Zurich dadá, a un nuevo París surrealista, a un nuevo Colliure fauvista
Cultura es todo aquello que se recoge fuera de las páginas de Cultura de un diario convencional. Caben otros enfoques, pero son tantos que da que pensar. Thomas Kuhn ofreció catorce definiciones de «paradigma» en su celebérrima La estructura de las revoluciones científicas. Jacques Derrida le endiñó una carta a un amigo japonés tan larga como para ser publicada en forma de librito; la misiva se esforzaba en recoger todo lo que no era deconstrucción. Mi definición de cultura está inspirada en este último, con la ventaja de que lo único que no es cultura es muy poquita cosa. Y dándose la sorprendente paradoja de que los descartados creen poseer la última palabra sobre algo… que son los únicos en no tener a su alcance. ¡Ja!
Ahora mismo me pregunto si sigue existiendo en la cultura la posibilidad de provocar. En realidad me lo pregunto desde hace cuarenta años, y tiro corto. Al final acabo aceptando que el triste hacedor de cultura contemporáneo no se puede permitir prácticamente nada sin hallar un antecedente en el siglo largo que llevamos desde el nacimiento de las vanguardias. Ajeno por completo a las secciones culturales durante toda mi carrera, no hay duda de que pertenezco al extenso mundo de la cultura con el mismo derecho que el redactor de deportes, el de tribunales, el personaje político más peregrino (Puente es cultura), los especializados autores de obituarios y el propio fallecido que estos glosan, pues morirse es un hecho cultural. Ello explica que algunos de los habituales de las secciones de Cultura de los diarios convencionales pasen a ser cultura justamente al morirse.
Volviendo a la provocación, acaso ya imposible, no consigo tirar la toalla. Un aguijón, en el último momento, pincha al loco que hay en mí y vuelve a inocularle la esperanza, vuelve a animarle con la posibilidad real de gozar algún día de algo parecido a un nuevo Zurich dadá, a un nuevo París surrealista, a un nuevo Colliure fauvista. Entonces comprendo que, sea cual sea la manera de provocar, de épater les bourgeois, no puede consistir en romper ningún canon, aunque esa quiebra parece haber sido el denominador común de los provocadores. ¿Será posible que la nueva vanguardia prodigiosa —una para el siglo XXI, hasta ahora tan huero— solo pueda nacer de creadores que se adscriben religiosamente al canon? A fin de cuentas, el único canon actual es romper el canon, cuando del pobre canon ya no queda nada. Es tal constatación la que empuja a los inspirados a romper con todo antes de conocer nada, puesto que trabajar respetando las viejas restricciones solo te reportará desprecio. Las chicas del ambiente literario te tendrán por un cursi. ¡Pero qué digo! ¡No hay chicas del ambiente literario, no hay ambiente literario! Hay soledad y trabajo. No jugaremos al cadáver exquisito. La última vez que lo hicimos con provecho éramos adolescentes convencidos de estar resucitando las transgresiones de André Breton. El cadáver exquisito no beberá el vino nuevo.