EDUARDO TEO URIARTE – PARA LA LIBERTAD – 15/01/16
· La existencia de una izquierda antisistema empezó con el aval del socialismo democrático, a partir de las heterodoxias anarquistas de un presidente apellidado Zapatero, que se encargó de anunciar al mundo que uno de sus abuelos, militar de carrera, fue fusilado por Franco, mientras la otra parte de la familia sobreviviera discretamente en la dictadura. Lo del concepto discutido y discutible de la nación, que él mismo presidía, la calificación de derecha extrema a una oposición de talante más moderado que cualquier derecha de país vecino, con una ley de memoria histórica, para colocarla eternamente en el otro bando, y llamada al cordón sanitario si fuera preciso para aislarla, tenía que inspirar, en estos momentos de crisis económica e indignación, la oleada antisistema hoy presente. Los antisistemas tenían que llegar a la Cortes.
Hace casi un siglo, en otro momento de crisis, un líder radical calificó a cada uno de sus militantes de mitad fraile y mitad soldado. En la reciente inauguración de la legislatura pudimos apreciar que los actuales radicales son mitad tropa, pues están dispuestos a liquidar lo existente, y mitad “troupe”, pues parecen una colección de actores de “reality shows” televisivos, dispuestos a explotar este medio tras un irresponsable uso por dichos medios de estos singulares y locuaces demagogos de las ondas. Si en la II República se tuvo que prohibir a sus señorías acudir armados al Congreso, quizás sea tan benéfico para la supervivencia de la política poner límite a las cámaras de televisión en el hemiciclo, si no queremos que efectivamente se denomine hemicirco.
Pero si Zapatero es en gran medida el padre del actual fenómeno contestatario, no se debería esperar por principio que su sucesor, de oratoria y giros lógicos muy semejantes a los suyos y una fobia hacia la derecha tan acusada, estuviera dispuesto, por responsabilidad de estado, siguiendo los pasos de las socialdemocracias europeas con experiencia política, a realizar un pacto con el PP y Ciudadanos. Se trataría de un giro brusco en la línea trazada desde tiempo atrás, donde a Pedro Sánchez se le ha visto en todo momento no sólo cómodo, sino proselitista arrojado en la satanización de la derecha. Coherentemente sus simpatías, pues nos movemos exclusivamente, como en el buen anarquismo español, en el terreno de los sentimientos, van dirigidas a pactar con Podemos. Esto nada tiene que ver con el socialismo, pero qué le vamos a hacer si ellos tienen las siglas y, además, se creen que lo son.
Aunque sea necesaria la existencia de un socialismo español, mientras tengamos este PSOE tan alejado de lo que fuera en la Transición y bajo González, no seremos un país serio y podemos volver a una situación de descalabro semejante a las muchas que hemos padecido en el reciente pasado. Nada exagerado este vaticinio si observamos las reivindicaciones de Podemos y las iniciativas secesionistas ya en marcha desde el Gobierno autónomo de Cataluña. Situación realmente preocupante que sólo la frívola consideración de tiempos de ZP, gravada a fuego en las conciencias de la afiliación socialista, “esto no se rompe”, impide que esa izquierda que debiera ser moderada haya optado por el aventurerismo más arriesgado.
Salvo presiones de todo tipo que lleven al socialismo español a un giro en su política no habrá Pacto de Estado con el PP y Ciudadanos, pero tampoco habrá acuerdo de los socialistas con Podemos. Y no lo habrá, sencillamente, porque si es exclusivamente la actitud fóbica hacia el PP el único criterio que manejan los socialistas respecto a la derecha, no es muy diferente la consideración que les merece al mundo antisistema de Podemos un PSOE que forma parte del sistema y que lo considera tan responsable, o más, que la derecha, de la opresión burguesa y capitalista, que la gente padece. Si a ello unimos una táctica que le lleva a Iglesias a sobrepasar al PSOE y sustituirle forzando el adelanto electoral, las posibilidades de eso que tan pretenciosamente denomina Sánchez, Pacto de Progreso, está aún más alejado que el de Estado con las fuerzas constitucionales. Además, a Podemos le interesa mostrar el fracaso del sistema, y no cabe duda que un adelanto electoral sería una constatación de ese fracaso, pues ni siquiera son capaces, los de “la casta”, o los del “bunker”, en ponerse de acuerdo para evitarlo. La fobia hacia el adversario político es el inicio del abandono de la política, la peor guía, precisamente, para un partido llamado socialista.
Eduardo Uriarte Romero