Miquel Giménez-Vozpópuli
  • Echando la vista atrás vemos como damos por norma, lo que hace no tanto parecía monstruoso.

La costumbre dulcifica hasta las cosas más aterradoras, como bien dijo Esopo. España, aunque sea un pueblo de costumbres, también puede desecharlas si alguien le dice que lo nuevo es mucho mejor, a fuer de extranjero. Ah, debemos reconocerlo: lo que viene de fuera siempre nos parece infinitamente mejor que lo nuestro. Incluso el jamón se ha visto postergado por los veganos, cosa que parecía imposible de lograr porque, por mucho que se diga, una cosa es el tofu y otra un Sánchez Romero Carvajal o un Joselito. Digo esto porque el movimiento woke insiste a diario con que hay que cambiar de costumbres en todos los órdenes, incluso en las alimenticias y ya nos anuncian lo buenos que están los saltamontes, los gusanos, las hormigas y las cucarachas.

Discutiendo con un piernas que cantaba las bondades acerca de comerse media docena de caeliferos, ortóptero y suborden Orthoptera, es decir, saltamontes, en contra de hacer lo propio con media docena de cigalas o de gamba de Huelva, me di cuenta de dos cosas. Primera, que mi interlocutor era un tonto con balcones a la calle Mayor, pero tonto no pa un rato, no, pa siempre. Y segundo, ¡ay!, que a lo mejor dentro de unos años la gente come saltamontes con naturalidad y los vemos aderezados por los concursantes jacarandosos de Master Chef. ¿Por qué? Pues porque alguien nos habrá convencido de que están sensacionales, igual que lo han hecho con el pescado crudo, la soja, el filete de cocodrilo y demás magufadas. Está de moda, te dicen. La gente pica y a la que descuidas encuentras en tu carnicería de siempre bichos que hasta aquel momento solo habían despertado en ti las ganas de ir a buscar el insecticida.

En política pasa lo mismo. Nos acostumbramos con rapidez a aceptar como normales cosas que son auténticas enormidades, como ese lenguaje rarísimo que emplean podemitas obcecados en sus propios complejos. Lo hacemos porque dicen que es lo moderno, lo cool, lo que distingue al individuo concienciado y respetuoso del facha agresivo y montaraz. También dicen que comer carne aumenta el cambio climático. Y que hay que ahorrar agua. Y energía eléctrica. Y votar a gente que jamás ha creado un solo puesto de trabajo mientras debemos despreciar a empresarios que ha aportado millones a las arcas públicas. Lo suyo es alabar a Greta Thunberg, aunque no entiendas de qué va la climatología más allá de ver a diario la predicción del tiempo en la tele. Que viene a ser como leer el horóscopo, porque estaos a ver si se acierta por cálculo de probabilidades.

En política pasa lo mismo. Nos acostumbramos con rapidez a aceptar como normales cosas que son auténticas enormidades

Todo es acostumbrarse, lo que incluye repetir cuál papagayos polícromos, las consignas que alguien se ocupa de suministrarnos de manera descarada. Sánchez ya no es malo – ni bueno – porque se ha convertido en una costumbre, igual que los escándalos de corrupción o el separatismo. La costumbre, hermana de la pereza y el sesteo intelectual, impide a la gente exigir la rendición de cuentas a quienes deberían darlas. Cuando una nación vive encogida de hombros como la nuestra, pasando todo lo que nos pasa, y asumiéndolo como lo acostumbrado, es muy difícil que la cosa tenga arreglo. Tamaña contractura histórica de los omoplatos patrios precisa un quiropráctico eficaz. Pero como la costumbre es la que es, a nadie le interesa. ¿Para qué? ¡Se vive tan bien gritándole al televisor cuando algo no nos acaba de gustar mientras cenamos un sopicaldo cualquiera! Bueno, o un plato de gusanos, que ya están al caer. No sufran, también acabaremos acostumbrándonos. Que conozco a gente que toda la vida había suspirado por un buen cuarto asado de cordero y ahora se relamen con el tofu ese. Es buenísimo para la salud, no sabes la de toxinas que lleva la carne, te dicen con cara de evadido anémico del Mekong. Mare de Deu.