- Ni la mente más calenturienta, ni las propias víctimas propiciatorias habían calculado lo que nos parecía un imposible: que el ejército ruso invadiría Ucrania
Los muertos ya se cuentan por millares, los desplazados se acercan al millón y los destrozos humean una semana después de la invasión, pero a nadie se le debe escapar que lo peor aún está por llegar. Todo está en trance de cambiar para peor y los futurólogos deberían darse un respiro que nos consienta contemplar el paisaje que deja la batalla. Nos hemos equivocado en todo, algo que ocurre cuando se echan los dados y descubrimos que el resultado no tiene nada que ver con nuestras intenciones.
Ni la mente más calenturienta, ni las propias víctimas propiciatorias habían calculado lo que nos parecía un imposible: que el ejército ruso invadiría Ucrania. Llevamos tantos años padeciendo a esa factoría de mentiras que llaman Departamento de Estado norteamericano que nos sorprendió con un aviso letal. Rusia estaba preparando la invasión de Ucrania y hasta adelantaba las fechas. Anunciaba una verdad que ni los líderes occidentales, ni el común, ni los sufrientes ucranianos consideraban más allá de una amenaza.
Desde entonces además de una cura de humildad debemos exigirnos un inmoderado afán por calcular las ruinas que ha ido dejando nuestra candidez y evaluar en la medida de lo posible los restos de nuestro naufragio y la heroicidad de las víctimas. Tras la invasión rusa de Ucrania ya nada será lo mismo, incluidos nosotros. Que la “izquierda funcionaria” saque del baúl la pancarta de “No a la guerra” no deja de resultar un paliativo de la cobardía. Tendría valor hacerlo en Moscú o San Petersburgo, pero en Madrid o Barcelona es una consigna blanqueadora que trata de difuminar la responsabilidad del agresor. Aquí no tiene sentido más que un “No a la invasión”, lo demás es ofrecerle un servicio al criminal de estado.
Ocurre algo similar con el “No a la OTAN”. El presidente Macron diagnóstico hace pocos meses que la Organización del Atlántico Norte estaba en estado de “muerte cerebral” y no le faltaba razón. La Alianza respondía a otra época y otro contexto, pero la invasión rusa de Ucrania ha derrumbado esta evidencia y la ha vivificado. Quizá Putin tenga interés en hacerlo, porque la confrontación es un territorio donde se mueven mejor los que prefieren ser juzgados por la historia y no por sus ciudadanos. ¿Alguien se imagina Letonia, Estonia o Lituania en esta encrucijada, teniéndoselas que ver con una Rusia poderosa e impune? Seamos más serios y menos tertulianos; de no cobijarse bajo el paraguas de la OTAN estarían al pairo; un aperitivo militar para un ejército potente.
El presidente Macron diagnóstico hace pocos meses que la Organización del Atlántico Norte estaba en estado de “muerte cerebral” y no le faltaba razón
Cuando las cosas cambian es lógico que variemos nuestras opiniones. No hace falta ser Keynes para afirmarlo, de lo contrario seremos esclavos de esa estupidez impávida que los devotos llaman ortodoxia. No hace falta preguntarle a Macron ahora si mantiene el mismo punto de vista, en pleno zafarrancho de combate no es momento para cuestionar el código de señales. En Francia las manifestaciones de Marine Le Pen y Zemmour gallardean contra la OTAN; son los únicos, los demás callan. Allí las pancartas “contra la guerra” tienen el machihembrado de la derecha reaccionaria, porque no se trata de una guerra convencional, donde los contendientes se agreden entre sí, sino de una invasión territorial para derribar un gobierno legalmente constituido, no más corrupto que sus enemigos. Entre nosotros la “izquierda funcionarial” mantiene las esencias; que nada cambie para mantener su condición de socio preferente. Ayuda humanitaria, no defensiva. El gobierno de Sánchez hace de húngaro Orban; una política exterior digna de un trilero que necesita la última chapa para enseñar la bolita. Hoy ayuda humanitaria sin defensas, un día después armas y medicinas; hacer el ridículo, pero sólo 24 horas.
La revitalización de la OTAN es una catástrofe que Putin ha convertido en obligada y que tendrá consecuencias nada deseables. ¿Cómo se detiene una amenaza en el momento que se hace realidad? Me acuerdo de Enrico Berlinguer, el lúcido líder del PCI, cuando acosado por un izquierdismo arrogante que consideraba conciliadora la política de Salvador Allende en Chile, osó preguntar “¿Cuántos masas se necesitan para detener un tanque?”. Ucrania lo está viviendo y el heroísmo no logrará parar los blindados, pero dejarán la simiente de una libertad pisoteada. Por favor, no insistamos más en el tópico del “No a la guerra” que coloca a todos en igual nivel y asumamos que no hay otra consigna decente que el “No a la invasión”.
Su crítica a Lenin ¡por su liberalidad! le conecta incluso con las concepciones zaristas que unían ortodoxia religiosa, política y territorial
Putin está empeñado en darle una vuelta a la historia; una deriva que va más allá incluso de la Revolución bolchevique de 1917. Su crítica a Lenin ¡por su liberalidad! le conecta incluso con las concepciones zaristas que unían ortodoxia religiosa, política y territorial. Domina ese país inmenso con la variante mafiosa de un partido tan opaco como el que construyó Stalin, pero no es la vieja “nomenclatura” cribada por el terror, es una nueva oligarquía de Estado, dependiente de la corrupción que les concede el mando supremo. La idea de Churchill sobre “el enigma” ruso vuelve, porque hoy como entonces apenas sabemos nada salvo sus efectos. Ahora los opositores mueren en crímenes barnizados.
La invasión de Ucrania ha provocado cambios que no somos capaces de medir, apenas intuirlos. El domingo, 27 de febrero, Alemania ha clausurado su peor pasado: dedicará el 2% de su PIB a las Fuerzas Armadas, más aún de lo que solicitaban los aliados norteamericanos. Lo hace con la unanimidad de los tres partidos gubernamentales: socialdemócratas, liberales y verdes. Bastante más que un cambio de paradigma, que diríamos los pedantes, al tratarse del país más poderoso de Europa y con su historia a cuestas. Mientras, la diáspora ucraniana alcanzará millones que se desparramarán por Europa y su país entra en un limbo de sangre y ruinas cuyo final es impredecible. ¿Qué quedará del destrozo de una guerra frente a un enemigo que sólo entiende diferentes grados de victoria?
No sabemos apenas nada salvo que lo peor está por venir. Para los ucranianos que alimentarán con razón una rusofobia que hasta ahora sólo anidaba en minorías, para los europeos que tendrán que cubrir sus vergüenzas estratégicas, para la ciudadanía angustiada ante la crisis económica que la amenaza, para los gobiernos como el nuestro que viven instalados en la autosatisfacción que se fabrican todos los días. Nadie pensó hace una semana que las famosas campanas del poeta John Donne también tocaban por nosotros. La historia alimenta sarcasmos. Un cómico profesional, Volodimir Zelenski, se convierte en estadista, y un estadista de oficio, Vladimir Putin, se vuelve personaje de Charles Chaplin.