Jonan es el secretario general de Paz y Convivencia de Urkullu. Cuando lees expresiones como «el objetivo es consolidar sólidamente la paz» o «el compromiso se cimienta (sic)» o «por que» en lugar de «porque» ya sabes qué revólver truena.
No crean que el PNV ha perdido poder al compartir Gobierno con el socio recién llegado. En modo alguno. Los cargos públicos, cuando las circunstancias lo requieren, se reproducen por partenogénesis. Ocho consejeros tenía Urkullu, los mismos que seguirá teniendo a partir de ahora en un Gobierno que sumará 11. A los socialistas se les dan tres carteras tipo monedero, según brillante definición de la consejera de Economía en el Gobierno PNV-PSE 87-91: Trabajo, sin la parte mollar de Lanbide (servicio de Empleo); Turismo, para que vayan a inaugurar el pabellón vasco de Fitur, y Vivienda, que era la competencia de Madrazo, un abrazo.
La reforma estatutaria recogerá los puntos que se han de debatir en la Ponencia, el primero, que Euskadi es una nación.
Los socialistas venían magreando el tema: Euskadi es una nación «cultural, lingüística, histórica e incluso económica». Esto de la nación es un tema inagotable. Los socialistas vascos llegaron a recurrir al concepto de comunidad nacional de los austromarxistas, utilizado profusamente por los totalitarismos del siglo XX y regímenes asimilados: Hitler en el Partido Obrero Alemán, antecedente del Partido Nazi, Mussolini, Primo de Rivera, Ledesma Ramos, Perón y la Constitución de Pinochet, sin olvidar las leyes fundamentales del franquismo. Pero después de todo, ¿qué es una nación? se preguntaba Teresita Rodríguez, virreina andaluza de Podemos: «Andalucía de alguna manera también es nación». Lástima, añadía, que a veces «se confunde el término nación con lo que se conoce del nacionalismo, cuando nación viene del verbo nacer y es precioso».
El término nación «no es un tabú para el PSE», decía hace varios meses Isabel Celaá. Ayer mismo explicaba Idoia Mendia que nación «en sentido cultural es un término perfectamente aceptado (…). Si a los nacionalistas les sirve para que continúen en un proyecto común que es España, bienvenido sea». Ni va a servir para que se arregosten en el proyecto común, ni ellos se conforman con reducir el término relación a su relación con lo cultural: «Reconocimiento de Euskadi como nación», dice escuetamente el papel. Sin calificativos, aditivos ni azúcares añadidos.
El segundo punto que los socialistas se muestran dispuestos a discutir es el reconocimiento del derecho a decidir del Pueblo Vasco (en mayúsculas en el original). Y luego viene la reforma de la Constitución y así hasta 14 puntos. El pacto PNV-PSE es el mejor visto por la peña, gente de orden y partidaria del matrimonio para ordenar el débito conyugal y las cuentas domésticas. La pasión es para externalizar en el pleno parlamentario de los viernes, no para el casto Consejo de Gobierno de los martes. Para eso tendrán a EH Bildu y Elkarrekin Podemos.
Ya pasó durante el Gobierno de coalición de Ardanza. El 15 de febrero de 1990, para pasmo de sus socios, el PNV aprobó en el Parlamento una proclama en la que se afirmaba «el derecho de autodeterminación del pueblo vasco». Y si ya tenían la autodeterminación, ¿para qué van a debatir ahora ese tonto eufemismo del derecho a decidir? A pesar de lo bien que le había ido al PNV en la coalición, Ardanza se negó a prolongarla a una segunda legislatura.
¿Saben por qué? Porque los socialistas se negaron a incluir en el acuerdo de Gobierno la transferencia del régimen económico de la Seguridad Social, cuestión que acabarían aceptando 26 años después sin la menor discusión. Ardanza formó un tripartito con sus aliados autodeterministas que apenas duró siete meses. ¿Saben por qué? Porque EA empezó a votar en los ayuntamientos mociones conjuntas de autodeterminación con HB. Ardanza los echó del Gobierno y el PSE aceptó volver al Ejecutivo por la misma gatera por la que había salido EA. Un déjà vu. La tragedia y la farsa, en fin.