MIGUEL ESCUDERO, EL CORREO 09/02/14
· ETA ha generado mil y un sufrimientos y ha tenido cómplices en su fracaso estrepitoso.
Siempre hay gente interesante casi desconocida del público. Pienso ahora en Rafael Jiménez, un inspector barcelonés del Cuerpo Nacional de Policía que ha editado obras policíacas como ‘Barcelona negra’ y ‘España negra’. En su primera y reciente novela ‘Inchaurrondo blues’ (Principal de los Libros) aborda la reconciliación desde una concreta inocencia infantil. En las últimas páginas de este libro se viene a decir que «el único perdón que puede servir para curar las heridas de una guerra» es el que se da entre los hijos. Y cabría apostillar que siempre que sea desde la verdad, sistemáticamente desfigurada por especialistas en la tarea. Así, a responsables de atroces crímenes se les quiere hacer pasar hoy por víctimas y por agentes de la paz, sólo por asegurar que si se reprodujese la violencia la condenarían. Otros hacen un hipócrita y alucinante reparto de culpas. Pero «hechos repugnantes, sin justificación alguna», como escribió el líder libertario Ángel Pestaña, no admiten tergiversaciones ni florituras póstumas.
El Instituto de Historia Social Valentín de Foronda, de la Universidad del País Vasco, ha promovido una valiosa reflexión sobre las secuelas del terrorismo. José María Ortiz de Ortuño y José Antonio Pérez han coordinado un libro que se titula ‘Construyendo memorias. Relatos históricos para Euskadi después del terrorismo’ (Catarata). Todos celebramos, sin duda, que hace algo más de dos años la banda criminal etarra desistiese de seguir atentando, ciertamente acuciada por la efectividad policíaca y judicial. Hay que destacar que aún no se ha desarmado ni disuelto, pero está escenificando un final airoso de falsa gloria. Así, sus presos han asumido estos días –sin arrepentirse públicamente y siempre en colectivo impersonal– la legalidad penitenciaria. Se puede decir que en estos momentos se dirime una nueva batalla social: la que se efectúa por la apariencia y a través del lenguaje.
Expresiones como ‘Todo por la Patria’ o ‘Tot per Catalunya’ me han producido siempre el rechazo y el malestar que me despiertan las idolatrías. Diré en primer lugar, que comparto con Ander Gurrutxaga que «ETA no ha servido para nada»; para nada bueno, se entiende. La banda armada ha intimidado, extorsionado y asesinado, ha generado mil y un sufrimientos y ha tenido cómplices en su fracaso estrepitoso. Recordemos que no ha conseguido ni unificar ‘EuskalHerria’, ni la autodeterminación del país, ni la renovada amnistía para sus delincuentes. Ha hecho un trabajo perverso, y lo ha hecho en provecho de otros. Pero de eso no se dice ni una palabra; ni decencia, ni sensatez.
Esa organización tiene a sus espaldas más de 850 muertos y una multitud de víctimas que sobreviven con un dolor irreparable. Esta realidad hay que mirarla con justicia, sin buscar venganza pero sin engaño. Un sufrimiento negado y mal asimilado. Las víctimas quedaron aisladas y arrinconadas, pero corre un lenguaje manipulado que habla de víctimas sin referirse a la razón de por qué lo fueron. A su entorno se le ha consentido actuar como señores de la tierra, y creerse que «con la voluntad y sus acciones ‘todo lo pueden’», en expresión de Gurrutxaga.
¿Hay un problema moral por resolver en la sociedad vasca, donde anida sin conciencia de estar? Reyes Mate resalta los buenos resultados electorales batasunos y subraya que «los votos no cancelan las deudas ni las culpas, de la misma manera que no borran la corrupción, aunque los imputados saquen mayoría absoluta». A mi juicio, la pomposamente denominada ‘izquierda abertzale’ no puede ser considerada de izquierda ni de extrema izquierda, sino de «extremo interés para romper». Y de toda su historia hay que guardar buena memoria. Santos Juliá señala, también en el libro ‘Construyendo memorias’, la frecuencia con que se arroja al ciberespacio la expresión ‘memoria colectiva’ como una ‘buzzword’, esto es: una palabra que zumba por todas partes, que se pone de moda y que busca impresionar; el problema es que anda vaciada para significar lo que interese. De nuevo hay que recalcar que lo fundamental y lo que está por encima de todo es la conciencia de persona: exigencia radical de verdad y de amor.
MIGUEL ESCUDERO, EL CORREO 09/02/14