Todo podría seguir igual

EL MUNDO 26/05/14
FELIPE SAHAGÚN

· El autor cree que los extremismos no influirán en el futuro de la UE
· Sostiene que los euroescépticos perderán fuerza por sus divergencias

Si la abstención y el crecimiento de los extremismos son las principales amenazas para la UE que se ventilaban en las elecciones legislativas de esta semana, la primera se ha frenado y la segunda ha aumentado, aunque de forma muy desigual, en muchos países de la Unión.

El éxito del partido de la Independencia británico (Ukip) y del Frente Nacional francés (FN), vencedores en sus respectivos países, y el ascenso de la extrema derecha en Austria, Grecia, Dinamarca, Finlandia y Hungría, entre otros, permitirán la formación de un grupo más en el Parlamento, para lo que necesitan 25 escaños de, al menos, siete países. La incógnita principal es si el FN logra el apoyo de eurodiputados de otros seis países para tener grupo propio.

La abstención tiene muchas lecturas posibles y no todas negativas. Una caída continuada del voto desde el 79 no puede atribuirse a decisiones o crisis de los últimos cinco años. Viene de mucho más atrás, se demostró en los referéndum contra la Constitución y tiene muchas causas. Cinco años de crisis y de recesión, con importantes secuelas aún sin superar (la deuda en el 90% del PIB, 26 millones de parados, crecimiento anémico…), que han empobrecido a millones de europeos, han tenido su reflejo en las votaciones en algunos países, como Grecia, Italia, el Reino Unido, España o Francia, pero apenas han cambiado el reparto de votos en otros países de la Unión. A pesar del avance de los euroescépticos (magma muy heterogéneo), la UE ha completado con éxito otro ejercicio de democracia multinacional sin parangón en el mundo. En número de votantes, es el más importante después de la India.

Las profundas diferencias entre muchos de los euroescépticos nuevos y viejos sobre el euro, los inmigrantes, la banca, los rescates y las reformas en marcha complican sus posibilidades de formar una alianza o coalición sólida en Estrasburgo contra los grandes. El primer choque se producirá en las próximas horas. Quien sólo haya escuchado a los principales candidatos –el socialdemócrata Martin Schulz, el democristiano Jean-Claude Juncker o el centrista-liberal Guy Verhofstadt–, pensará que el Consejo está obligado, aunque el Tratado de Lisboa sólo exige que lo tenga en cuenta, a nombrar nuevo presidente de la Comisión al líder del grupo que obtenga más escaños. «Si el Consejo no nombra presidente de la Comisión al candidato del grupo más votado y no cede más poderes al Parlamento, será el fin de la democracia en Europa», advierte el líder centrista europarlamentario Guy Verhofstadt, ex primer ministro belga, confiado en obtener, a cambio de su apoyo a la mayoría, la presidencia del nuevo Parlamento o el puesto de Alto Representante y vicepresidente de la UE en sustitución de la británica Catherine Ashton.

Si el Consejo rechaza al candidato del Parlamento para presidir la Comisión, se abrirá una grave crisis. Si lo nombra, el Parlamento, que ya interviene o codecide en el 85-90 por ciento de todas las leyes, habrá dado un paso importante hacia una Unión con un Ejecutivo (la Comisión) con una autoridad, influencia, poder y legitimidad reforzadas. Los dos objetivos principales del nuevo Parlamento, en los próximos cinco años, son la consolidación del euro tras la crisis y la aprobación de un presupuesto acorde con lo que se exige hoy de una UE de 28, muy lejos del 1% del PIB actual. Ya está en marcha el equipo de trabajo encargado de diseñarlo para 2016.

Felipe Sahagún es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.