Casi un millón de votos blancos o nulos. Casi la mitad de la población no ha optar por ninguna de las ofertas disponibles. Muchos de los que votamos lo hicimos con entusiasmo cero. Nada de esto le resta legitimidad al sistema, todavía. La izquierda está abocada a una refundación, que debería haber empezado ayer con alguna dimisión.
Quien se sienta de izquierdas en este país, después de lo acontecido el 22-M, tiene más de un motivo para la reflexión. Un varapalo tan descomunal no se explica, o no exclusivamente, ni por el desgaste en el ejercicio de la acción de gobierno, ni por el eventual acierto de adversario, ni por el impacto de una coyuntura adversa. Uno solo puede perder de esta forma empleándose a fondo en crear las condiciones para resultar derrotado.
Los vencedores merecen la enhorabuena y no hay que regateársela; en democracia, al final mandan las urnas, y con mayor o menor participación, los elegidos para los próximos cuatro años tienen una legitimidad que sería frívolo discutirles. Pero convendría que tuvieran en cuenta, sobre todo esos que dentro de no mucho tienen que pasarse por el juzgado para dar explicaciones incómodas, que su victoria tiene mucho de incomparecencia del adversario, cuando no se debe a decisiones y comportamientos suicidas por parte de éste. En esa clave deberían leerse, por ejemplo, los espectaculares desalojos de que hemos sido testigos, algunos en feudos que después de tres décadas ya no podían soportar, por higiene, más continuidad de los mismos. Con el poder recibido, ahora, llega el momento de construir una alternativa. Y esa alternativa, en los tiempos que corren, no puede quedarse en retórica o formulismos. La gente exige cambios reales en la forma de hacer política, y sobre todo en la gestión de una crisis que sólo se hace endémica aquí, mientras nuestros vecinos empiezan a sacar la cabeza del agujero. En esto, como en todo, una cosa es predicar y otra acertar a dar trigo. Resulta imposible ignorar, en este contexto, el movimiento de indignación ciudadana que sigue ocupando plazas y calles de nuestras ciudades. Con sus elementos folclóricos y superficiales, sí, pero también con un fondo de verdad profunda y rabia arraigada en muchos más corazones que los que algunos quieren computar. Corazones de todas las edades y condiciones, para los que no resulta soportable por más tiempo esta realidad binaria en la que unos pocos rebañan la ganancia, sin tasa ni rubor, mientras al grueso le aguardan los dientes del lobo.
Casi un millón de personas han votado en blanco o nulo. Casi la mitad de la población se ha inhibido de optar por alguna de las ofertas políticas disponibles. Muchos de los que fuimos a votar lo hicimos, con entusiasmo cero, por la opción menos desagradable que acertamos a identificar. Nada de esto le resta, habrá que insistir en ello, legitimidad al sistema. Todavía.
La izquierda está abocada a una refundación, que tal vez debería haber empezado ayer mismo por alguna dimisión. Pero los ganadores del domingo harán mal dándose a la euforia. Lo tienen todo por hacer. Y no es seguro que sepan cómo hacerlo.
Lorenzo Silva, EL DIARIO VASCO, 24/5/2011