Rubén Amón-El Confidencial
- Sánchez da la vuelta a la película de Berlanga, convierte a los nueve excarcelados en el embrión de la nueva España y transforma la utilidad pública en una coartada de la utilidad propia
Debe sentirse particularmente desasosegado el juez Marchena asistiendo a la excarcelación de los nueve condenados del ‘procés‘, aunque muchos de ellos ya gozaban de un permiso especial a propósito de la verbena de San Juan. Es una manera de celebrar el centenario de Berlanga. Y de redundar en una tragicomedia que entremezcla la alegría de los presos, la temeridad de Sánchez y la incredulidad del juez Marchena, cuya gestión impecable del proceso judicial se resiente de un desenlace desalentador. El único juez supremo ha sido el presidente del Gobierno.
La concordia y la magnanimidad encubren la arbitrariedad de los indultos tanto como pueda hacerlo el criterio de la utilidad pública. No hay manera de medirla ni de pesarla, pero funciona como un argumento abstracto, evanescente… e invulnerable. La utilidad pública la define el propio Sánchez a su antojo. Ni es posible objetivarla ni es probable discutirla. Responde a la expectativa de un principio superior, metafísico, cuya dimensión práctica implica la salida de prisión de los nueve sediciosos. Empezando por Oriol Junqueras, anfitrión de una celda que se había convertido en una oficina electoral y en una parodia del tormento carcelario de Mandela. “Cada español tiene una celda con su nombre”, decía Berlanga.
Se ha pretendido convertir a los nueve presos en mártires de la opresión y del ‘apartheid’, no ya trivializando el sacrificio de Madiba, sino trasladando a la sociedad catalana y a la sensibilidad europea los abusos de una Justicia medieval que aprieta los grilletes a los presos políticos.
Ha sido Sánchez quien ha desfigurado el constitucionalismo
La desgracia consiste en que Sánchez ha contribuido más que nadie a la urdimbre de semejante tergiversación. Ha sido él quien ha desfigurado el constitucionalismo, quien ha contorsionado el hábitat institucional y quien ha degradado las medidas de gracia a una desautorización explícita del tribunal de mayor rango. La utilidad pública es la utilidad propia. De hecho, la bravuconada de los indultos demuestra otra vez la astucia y el descaro con que el patriarca socialista subordina el interés general al propio, cuando no los sobrepone.
¿Por qué? Los indultos y la salida de prisión de la cuadrilla sediciosa proporcionan a Sánchez un desenlace de legislatura tranquilo, una paz armada con el soberanismo y una estabilidad parlamentaria. No porque los ‘indepes’ vayan a renunciar a la profanación de la Constitución ni a sus planteamientos maximalistas —amnistía, referéndum, autodeterminación—, pero sí porque el acuerdo de mínimos garantiza una tregua política de conveniencia y porque escarmienta la ‘atrocidad’ que supondría la eventual llegada de Pablo Casado a la Moncloa.
“Con este acto, sacamos materialmente de la cárcel a nueve personas, pero sumamos a millones y millones de personas para la convivencia”. Así se revestía Sánchez de providencialismo y de magnanimidad sobre la tarima del Liceu, pero también incurría en un ejercicio de megalomanía del que se desprendía la construcción de un nuevo país. Los nueve presos son el embrión de la España plurinacional, el mito fundacional de la nación de naciones, los héroes de la concordia.
Deben sentirse ellos mismos impresionados con semejantes facultades, abrumados incluso con los efectos milagrosos de la catarsis. No cabe mejor fiesta para celebrar la libertad que la noche de San Juan y sus días aledaños. El fuego que purifica y que calcina los pecados.
La lectura entusiasta de las excarcelaciones se resiente de las percepciones simbólicas inquietantes. El solsticio de verano delimita el viaje de la luz a la oscuridad. Las noches empiezan a acortarse. Un viaje hacia el otoño y hacia el invierno que malogra la euforia filantrópica con que Sánchez encubre el enésimo epílogo del ‘Manual de resistencia’.
‘Todos a la cárcel’ era el título de la penúltima película de Berlanga. Un fresco sociológico y bastante fallido de la España corrupta que el cineasta convirtió en argumento delirante para celebrar en la Modelo de Valencia el ‘Día del preso de conciencia’. El clero, la farándula y los líderes políticos asisten al acontecimiento. Se avienen a un ejercicio de solidaridad y de magnanimidad entre los reclusos, ignorando que terminarán en la misma situación de ellos.
Es el escarmiento inverso y preventivo que puede costarle a Sánchez la secuela de ‘Todos a la calle’. Liberando a los nueve artífices de la sedición, se ha convertido en el rehén de ellos.