ABC 14/02/17
HERMANN TERTSCH
· Las grotescas comparaciones de Trump y otros con Hitler son una banalización de los crímenes nazis propias de chistes de la extrema izquierda encanallada
LA policía austriaca logró ayer un éxito muy aplaudido en Ried im Innkreis. Los cerca de 13.000 habitantes de esta localidad, como los de todos aquellos bucólicos parajes del río Inn en la Alta Austria, han dormido esta noche más tranquilos. Porque tras días de preocupación e intensas y sesudas pesquisas, se detuvo ayer en esta bella villa medieval entre Linz y Salzburgo a un hombre que se hacía pasar por Adolfo Hitler. Había sido visto en la pequeña ciudad de Braunau junto a la frontera con Alemania, esa frontera que Hitler hizo desaparecer en marzo de 1938 con el Anschluss. Allí está la casa natal del Führer. Es una casa «Biedermeier» y sustancia arquitectónica del siglo XVII que es un permanente quebradero de cabeza para las autoridades austriacas. Aun hoy lamentan que no fuera derribada como tantos otros edificios del nazismo, susceptibles de ser punto de peregrinación para nostálgicos del nacionalsocialismo o peor aún, para nazis de nuevo cuño. La cárcel de Spandau en Berlín fue demolida a los días de ser sacado de allí el cuerpo del único prisionero que quedaba, Rudolph Hess, muerto el 17 de agosto de 1987. Lo cierto es que con la casa de Braunau no se hizo, ha llegado intacta a nuestros días. A finales del año pasado, el Gobierno austriaco, alarmado ante el aumento del turista ideológico, decidió actuar. Y el 14 de diciembre, el Parlamento austriaco aprobó una ley especial para dicha expropiación. Pero allí sigue la casa y allí se encontraron vecinos a un tipo que parecía un Hitler jovencito, que ejercía de Hitler, vestido de Hitler que se hacía fotos con turistas delante de «su casa natal». Hitler se suicidó en el búnker de la cancillería, aunque no hay certificado de defunción, se partía de que no era el real. En efecto, el detenido es un joven de Estiria de 25 años que permanecía anoche en los calabozos de Ried. Ha sido acusado de «wiederbetätigung» (reactivación), una figura legal para perseguir la utilización de símbolos e intentos de reactivar cualquier organización nazi o glorificación de Hitler.
La historia bufa de este personaje parece una parábola de toda la nueva moda histérica de la izquierda en Europa y EE.UU. de ver a Hitler por todas las esquinas de la actualidad del mundo en todo aquel que diga o haga lo que no les gusta. Especialmente desde la victoria de Donald Trump las payasadas de comparaciones con Hitler superan a la del niñato detenido. Las disparatadas comparaciones son ante todo una banalización de los crímenes nazis y del Holocausto, propias de los chistes de la extrema izquierda encanallada. El monstruo de Hitler y la fantasmal y siniestra vigencia de su amenaza se tomaban más en serio en las generaciones con conciencia de su carácter único y abismal de su maldad y crimen. Frívolamente, siempre se ha utilizado la figura de Hitler para desacreditar a otros o dinamitar una conversación o debate. La ley de Godwin dice que «a medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno». Hay paralelismos con los años treinta, sí: en el fracaso de los partidos tradicionales en percibir las necesidades reales, romper las convenciones y recuperar la capacidad de asumir la verdad más allá de la ideología. Pero en vez de reaccionar con un esfuerzo de honradez y renovación intentan con pereza, trampa y la peor falacia presentar como Hitler a todo aquél que se erige en alternativa. No solo es mendaz y mentira. Es además inútil. Como el paseo del falso Hitler de Braunau.