Ignacio Varela-El Confidencial
En el final de la campaña, los independentistas ya no hablan de derrotar al bloque del 155, sino de impedir que gane Ciudadanos . Ella baila sola, sí. Y no lo hace nada mal
Todo es extraño en esta campaña electoral. Por ejemplo, esa manía de elucubrar sobre combinaciones de gobierno antes de haber contado los votos. Algunos hablan demasiado del ‘postvoto’ y casi nada del voto.
El caso más notable es el de Iceta que, desde la lejanía de la cuarta posición, no duda en proclamarse único presidente viable, creando la categoría del voto especulativo. Seré presidente, viene a decir, no porque los ciudadanos me voten más, sino porque todos los demás se sabotearán entre sí y solo yo, con mi proverbial majeza, saldré vivo de la zapatiesta (lo que lo convierte objetivamente en promotor interesado del sabotaje múltiple).
Los analistas reconocen tres movimientos: eclosión de la participación, división del independentismo y concentración del voto constitucional en Cs
Todos los analistas reconocen tres movimientos en las últimas semanas, aunque haya diferencias sobre su interpretación y su intensidad:
Primero, los catalanes están más motivados que nunca para participar (especialmente los que no solían estarlo). Hay consenso en que, de confirmarse, ello equilibraría las fuerzas entre el bloque insurreccional y el constitucional.
Segundo, el independentismo gobernante duda y se divide. Se daba por hecho el relevo consentido de Convergencia por ERC en la hegemonía del nacionalismo, pero el “junts pel sí” ha desembocado en una balacera en la que se dirime a la vez quién mandará si ganan y quién cargará con la culpa si pierden.
Tercero, el voto constitucional se concentra en una de sus tres ramas, la que lidera Inés Arrimadas. Parece innegable que Ciudadanos y su candidata han sabido interpretar mejor que nadie el espíritu del 8 de octubre, el despertar de esa mitad de catalanes que quieren seguir siéndolo dentro de España y dentro de la ley.
Hoy los socialistas se conforman con un modesto crecimiento desde las catacumbas de 2015 e imaginan carambolas postelectorales a varias bandas que les devuelvan el protagonismo perdido. Y los populares ya sólo piensan en salvar el pellejo: o detienen su declinar o corren riesgo de irse al grupo mixto en el futuro Parlament.
La combinación de estas tres tendencias –eclosión de la participación, división del independentismo y concentración del voto constitucional en Ciudadanos- hace verosímil un escenario electoral inédito en Cataluña e impensable hace sólo unas semanas: la posibilidad real de que un partido del bloque constitucional sea el más votado en estas elecciones, o que al menos compita por la victoria con quien aparecía como ganador seguro y hoy se tambalea por la campaña (ERC, tres debates televisivos y tres portavoces diferentes, a cual más torpe).
Así pues, se ha abierto un mundo de expectativas en el mundo de la resistencia al ‘procés’. Ciudadanos podría ganar en votos y no en escaños, o en ambas cosas; ser el primer partido aunque el bloque independentista lograra la mayoría; y en todo caso, adquirirá el liderazgo indiscutible del espacio no nacionalista. Y con él, la condición de alternativa de gobierno.
Si una cosa así se produjera el día 21, no sólo tendría un efecto revolucionario en Cataluña. Su onda expansiva alcanzaría de lleno a los equilibrios de la política española.
En Cataluña, los secesionistas pudieron sostener la ficción de que un 47% de los votos incorporaba un mandato popular por la independencia porque Junts pel Sí sacó 22 puntos de ventaja al segundo. Si ahora un partido no nacionalista supera en votos al nacionalista más votado, el discurso del “mandato popular” se viene abajo como un castillo de naipes. Podrán formar gobierno sumando escaños de aquí y de allá, pero la sensación de fracaso será aguda y profunda.
En España, desde que desapareció la UCD un solo partido, el PP, ha ocupado en régimen de monocultivo todo el espacio desde la extrema derecha postfranquista al centro-derecha liberal. Sólo así ha podido competir eficientemente en una sociedad escorada establemente hacia el centro izquierda. Una opción de centro-derecha moderno, con penetración en segmentos de edad que el PP ha perdido hace tiempo, higiénica en cuanto a corrupción y además con la aureola de haber superado al independentismo en su territorio sería una tentación demasiado fuerte para muchos de los votantes que aún le quedan al partido de Rajoy.
El interés objetivo del PP está claro: si no es para formar gobierno (lo que les incluiría), mejor que no gane Arrimadas. No son nada inocentes los guiños descarados que desde ámbitos de influencia del Gobierno se hacen en estos días para alentar la candidatura de Iceta: ya que no la podemos frenar nosotros, a ver si la frena el PSC.
Para los socialistas, el drama no sería menor. Durante cuatro décadas, el Partido Socialista ha sido la única fuerza política con posibilidades de gobernar en España y en Cataluña. En realidad, han representado la principal referencia de la política nacional en Cataluña. Eso ya se tambaleó en 2015, pero para entonces Cs aún no había emergido con fuerza en la política española.
El interés objetivo del Partido Popular está claro: si no es para formar gobierno (lo que les incluiría), mejor que no gane Arrimadas
La victoria de Arrimadas supondría que por primera vez existiría una fuerza ajena al PSOE, ubicada en el espacio ideológico adverso, que podría ser alternativa de gobierno tanto en España como en Cataluña. Un auténtico obús en el ecosistema sobre el que se han basado históricamente las mayorías socialistas y su autoproclamado potencial como partido vertebrador de la diversidad de España.
Iceta durante el debate en La Sexta. Por otra parte, Iceta aún no ha dado una razón convincente por la que Arrimadas debería apoyar su investidura, pero no al revés. No la ha dado porque no la tiene, y si ella alcanzara la primera posición en las urnas la negativa a respaldarla sería incomprensible e insostenible para los propios votantes socialistas dentro y fuera de Cataluña. Un papelón también para Sánchez.
Por eso ha bastado que ese escenario resultara creíble para dar la vuelta completa a todas las estrategias de la campaña (me refiero a las visibles y a las subterráneas). De repente, ya no se trata tanto de independentistas frente a constitucionalistas como de frenar a una estrella emergente que tiene la capacidad potencial de alterar el ‘status quo’ tanto en Cataluña como en el resto de España.
En el final de la campaña, los independentistas ya no hablan de derrotar al bloque del artículo 155, sino de impedir que gane Ciudadanos
En el final de la campaña, los independentistas ya no hablan de derrotar al bloque del 155, sino de impedir que gane Ciudadanos. Su adversario de referencia ha cambiado: todo antes que soportar la humillación de haber acudido a unas elecciones “ilegítimas” para eso.
Socialistas y populares mantienen las formas a duras penas, pero no pueden disimular su preocupación por el hecho de que el bloque constitucional deje de ser cosa de tres para serlo de una más dos. Son partidos que no están acostumbrados a soportar con paciencia la subalternidad.
De Rivera no digo nada. Él sabrá si está más feliz o más inquieto. Así que, en esta recta final, ella baila sola, sí, pero lo hace en el mismísimo centro del escenario. Y no lo hace nada mal.