Kepa Aulestia, EL CORREO, 5/5/12
Ni los socialistas ni los nacionalistas pueden librarse de explicitar su alternativa y demostrar su viabilidad financiera
El paulatino distanciamiento que el lehendakari López comenzó a operar respecto a su socio preferente, el Partido Popular, tras las elecciones locales y forales de hace un año alcanzó entre el jueves y el viernes su máxima expresión con el anuncio de que el Gobierno vasco recurrirá ante el Constitucional las medidas de ajuste decretadas por el Ejecutivo central en materia de Educación y Sanidad. Es probable que Rajoy no haya movido ni una pestaña ante la noticia, y que el PP de Euskadi tienda a tomar nota de una desafección por otra parte tan comprensible. Pero aunque socialistas y populares rehúsen certificar que ya no queda nada de aquella complicidad de mínimos que diera lugar al «Gobierno del cambio», para no facilitarles la tarea a los nacionalistas, les ha llegado el momento de responder a ese otro mínimo que es el de la coherencia política.
Frente al rasgo de normalidad que Patxi López querría transmitir agotando la legislatura se alza la incoherencia de tal propósito si se tiene en cuenta que logró su designación como lehendakari con una alianza que ya no existe. En las actuales circunstancias remitirse a la lógica democrática de que ningún Gobierno tiene por qué renunciar si no es objeto de una moción de censura resulta cuando menos abusivo.
Los socialistas han alimentado entre sus bases militantes la ilusión de que gobiernan por méritos propios, incluida su –pretendida– excelente gestión del poder autonómico. Pero se trata de una apreciación subjetiva que no da más de sí. Además, prolongar el mandato hasta marzo de 2013 significaría legar a quienes gobiernen Euskadi tras los comicios autonómicos unos presupuestos abultados por contraponerlos en la liza electoral a la pauta de austeridad a ultranza establecida por el presidente Rajoy.
Más noble sería que los socialistas vascos se dispusieran a batirse a cuerpo frente a los planteamientos populares, deshaciéndose de la –supuesta– ventaja que les procura mantenerse en un Gobierno monocolor y minoritario gracias al estruendo que provoca la diatriba sobre los recortes. Aunque conviene no olvidar que la actitud de Patxi López representa, también, la enmienda –retrospectiva– con la que no pudo corregir en su día a Rodríguez Zapatero, y en esa misma medida trata de encubrir sus propios ajustes presupuestarios. Oponerse a los ajustes de Rajoy, llegando a calificarlos como ejercicio de sadismo político como hizo Rubalcaba, no constituye por sí mismo una alternativa, porque ni el PSE-EE ni el PSOE pueden eludir la pregunta de cómo sostener el Estado del bienestar manteniendo el sector público más o menos como quedó tras los recortes aplicados en la última etapa de gobierno socialista.
Podemos asistir a una peligrosa ficción si la liza electoral autonómica se convierte en una farsa que emule a Hollande. Entre declaración y declaración podemos adentrarnos en el espejismo que nos presente la austeridad como un tiempo pasado, definitivamente superado por la era de los estímulos y el crecimiento. La caja autonómica podría soportar dicho espejismo quizá durante tres o cuatro meses, pero resulta más que dudoso que logre financiar la continuidad de la legislatura sin recortes más allá del próximo otoño.
El PNV lo sabe y Urkullu volvió a advertirlo ayer como si anunciara el final anticipado de la legislatura sin estar seguro de que le convenga el adelanto electoral. En cualquier caso, ya es tarde para atender a Eguiguren y Elorza cuando pedían a López que acabase con su dependencia del PP. Más bien es el PP el que está dando la espalda al lehendakari, independientemente de que le toque cargar con los costes de la política de Rajoy.
El socialismo trata de reverdecer la política ideológica según categorías que están siendo trituradas por el pulso entre la racionalidad económica y la justicia social. Anteayer fue la primera vez en la que Mariano Rajoy dio alguna pista sobre su ideario cuando, con motivo de la toma de posesión de Romay Beccaría como presidente del Consejo de Estado, equiparó la consolidación del Estado del bienestar con el objetivo de «erradicar las cortapisas externas a la libertad con que las personas deben regir su destino, su vida y su vocación profesional». El sesgo de los ajustes refleja la autosuficiencia de determinadas élites que se tienen por tales porque se sienten en condiciones de simular que pueden prescindir del Estado, y sobre todo no creen que el Estado deba atender a quienes difícilmente reunirían los méritos y la significación para formar parte de un mundo competitivo.
La crisis y las medidas de ajuste están incrementando cada día el cómputo de relegados y excluidos; pero también están provocando el empobrecimiento silente de una parte de la sociedad acomodada, cuyo poder adquisitivo y de ahorro va a menos, limitando las posibilidades de apoyar a los hijos y las de procurarse un retiro decente y activo. De modo que el apoyo a los ajustes se convierte en la sugestión con la que el ‘ciudadano libre’ de Rajoy puede sentirse a salvo de recortes que le afectan directamente. Por eso mismo ni los socialistas ni los nacionalistas, que han impugnado las medidas del Ejecutivo central en nombre de un autogobierno con competencias exclusivas, pueden librarse de la obligación de explicitar su alternativa y demostrar su viabilidad financiera sean cuando sean las elecciones.
Kepa Aulestia, EL CORREO, 5/5/12