Olatz Barriuso-El Correo

  • El debate circular sobre el nuevo estatus es un artefacto de la metapolítica que se aleja radicalmente del sentir popular

Cabe en este momento de recobrado furor soberanista hacer un ejercicio de memoria sobre los orígenes políticos de la expresión ‘nuevo estatus’ como tótem del abertzalismo fetén. Están, como no podía ser de otra manera, en el primer plan Ibarretxe, a comienzos de la década de los 2000, cuando el exlehendakari propuso, nada menos, que dotar a Euskadi de un nuevo estatus político de libre asociación a España. Se acordarán quienes para entonces ya seguían la política vasca, convulsionada en aquellos años por el terrorismo de ETA, de que el espejo primigenio en que se miraba aquel proyecto imposible era Puerto Rico. Tras haber viajado el PNV, metafóricamente, por las Islas Feroe, Kosovo, Quebec, Suiza o Baviera en el transcurso de estas dos décadas de imaginario soberanista, estos días, en el Alderdi Eguna, otro lehendakari –el actual, Imanol Pradales– ha confesado mirar a «las democracias más avanzadas del norte de Europa» para iluminar su camino, por contraposición a la Cuba castrista, la Nicaragua sandinista y la Venezuela chavista que atribuyó a Bildu como referentes.

Pues bien, con los defensores de ese modelo nocivo de izquierda «populista» han pactado y aprobado los jeltzales sendas mociones en defensa de otro concepto perteneciente al acervo nacionalista clásico, el derecho a decidir. Un eufemismo utilizado en su día para hablar de autodeterminación / independencia y hoy sinónimo de aventuras nacionalistas ajenas a la transversalidad que refleja el acuerdo PNV-PSE vigente en las principales instituciones vascas.

¿Por qué entonces volver a la pinza abertzale? Hay varias respuestas posibles y no es inverosímil que todas tengan parte de verdad. La más obvia es que la cabra siempre tira al monte y, una vez despejado el horizonte de urnas, los nacionalistas sacan la patita, tras fingir en campaña que estaban centrados en mejorar los servicios públicos, combatir la inseguridad y atender a otras preocupaciones reales de la gente. Sobre todo porque en La Moncloa hay ahora un presidente –no se sabe por cuánto tiempo– dispuesto a hacer trizas su propia coherencia con tal de seguir gobernando.

Es posible también que sea porque no queda otro remedio, una vez que alguien –en este caso Bildu, autor de la moción original en Gipuzkoa– echa a rodar el balón. Puede ser. A fin de cuentas, abrir el melón en el feudo de Joseba Egibar, deseoso de marcar el paso a su partido y resguardar su intocable parcela, garantiza el éxito y atrapa al PNV en el bucle de sus contradicciones: es difícil que. aunque Elixabete Etxanobe prefiriera no abrir brecha con sus socios del PSEy Ramiro González comparase a Bildu con Le Pen, al final, como sucedió ayer en las Juntas de Bizkaia, a ninguno de los dos les quede más remedio que tragarse el sapo para no escenificar división interna en pleno arranque del delicado proceso para renovar las ejecutivas territoriales y el EBB.

Sin embargo, tras un mínimo contraste con la realidad la respuesta más verosímil es otra. Basta acudir a los datos de la encuesta EiTBFocus difundidos ayer para corroborar que el nuevo estatus sólo le quita el sueño a un perfil muy acotado de votante, preferentemente guipuzcoano y de la izquierda abertzale. En términos absolutos, sólo dos de cada diez vascos apuestan por esa vía, prácticamente los mismos que optan por dejar las cosas como están y la mitad de los que prefieren una reforma clásica del Estatuto para «mejorarlo». Si el debate no se azuza entonces para buscar votos, porque está radicalmente alejado del sentir popular, cabe pensar que el derecho a decidir y derivados son en realidad un artefacto puramente metapolítico, es decir, un instrumento de los partidos para autoafirmarse y reforzarse internamente. Un señuelo, una carnada, para que la opinión pública mire al dedo y no a la luna mientras unos (Bildu) aprovechan para meter cuña entre PNV y PSE para ir abonando el terreno a un posible cambio de alianzas a medio plazo; otros (la actual dirección del PNV) desplazan el foco del debate y se cargan de razones y de méritos para seguir mandando y unos terceros (el PSE) mantienen el protagonismo y el perfil diferenciado que necesitan si las cosas vienen mal dadas para Sánchez. ¿Todos ganan? Es posible que por eso el debate del nuevo estatus sea estrictamente circular y, por lo tanto, infinito.