Antonio Rivera-EL CORREO
- El congreso del PSOE apuesta por la patada a seguir a la espera de que escampe
Hombres y mujeres, claro está, que van casi a la par en la cincuentena de elegidos el domingo para la nueva directiva socialista. No falta ni sobra nadie, ni siquiera los apremiados por la sospecha de malas prácticas en esto que se presenta como vorágine de persecución contra el partido del Gobierno. El 41º Congreso Federal del PSOE ha sido un cónclave de victimizados en el que cualquier cambio de personas hubiera servido solo para ratificar que había motivo para la caza. De manera que Pedro Sánchez renueva por cuarta vez un poder indiscutido que se replicará ahora, con pocas sorpresas, en cada territorio regional. Lo de Madrid parece encauzado con su fiel escudero Óscar López; lo de Andalucía se verá. El primer objetivo de todo congreso, proyectar la imagen de un todo compacto que tanto aprecia la opinión pública y tanto desazona a los comentaristas, está conseguido. No ha sido a la búlgara, pero el 90% de apoyo no es precisamente grano de anís.
El segundo objetivo tiene que ver con los contenidos aprobados, la actualización y refresco de la agenda política para la próxima temporada. Todavía no le había dado tiempo al gestor de la página oficial del PSOE a colgar el documento final; seguían con la ponencia marco de la víspera (o igual no he sabido buscar). De manera que repetiré las cuatro cosas seleccionadas por los corresponsales asistentes. Una empresa pública de vivienda para todo el país aparece al frente. Indica la relevancia e irresolución de este grave problema. Suena solemne, pero en el Estado autonómico que somos se necesita de una letra pequeña que asigne la responsabilidad al Gobierno central y deje patente cómo se relacionará con las atribuciones autonómicas y municipales; otra cosa sería un brindis al sol, procedimiento muy reiterado por estos lares. El asunto de la financiación territorial se ha resuelto con un acertijo literario contra el que daban cabezadas ayer los líderes ‘indepes’ catalanes: relación bilateral de cada comunidad que se aprobará mediante acuerdo multilateral en el Consejo de Política Fiscal y Financiera. Suena a milagro de los panes y los peces, bendecido con una invocación al federalismo que cada día suena más extravagante. Parecido es el estribillo de las 36 horas de trabajo semanal… para 2030. Un empeño ambicioso que sostendrán la continuidad del partido en el Gobierno y la buena salud de la economía nacional. Mucho pedir. Por último, victoria más o menos clara, esta sí, de la corriente tradicional del feminismo socialista para enfado de las socias partidarias de una lectura ‘queer’.
Y nada más, apenas nada más. A partir de ahí, resistencia. La semana se fue oscureciendo con requisitorias judiciales y declaraciones de testigos, lo que se tradujo en una platea congresual de alicaídos. Era necesario entonces que el líder se aplicara a fondo y recordara que ahí está él para seguir al frente. En este punto, la escenografía y las palabras se vuelven cansinas para los no adeptos. Se sigue construyendo el hombre de paja, donde se mezcla algo de verdad con mucho de interpretación. Cierto que hay poderes fácticos que le tienen ganas al personaje, al partido y a todo lo que hay alrededor de los dos; pero los líos en los que se han ido metiendo los que han dado lugar a las sospechas, de naturalezas diferentes en cada caso, no los han creado de la nada ni los jueces conservadores ni los falsos periodistas y medios de la llamada ‘fachosfera’.
De manera que Sánchez se postula como candidato indiscutible de su formación para el siguiente envite electoral, sin necesidad así de pensar en posibilidades alternativas. Él y los que como él tratarán de recuperar todo lo posible del mucho poder perdido en las regiones. Mucho arroz para un pollo. Más allá de la euforia del fin de semana sevillano, el Gobierno y su partido siguen achuchados estructuralmente por la aritmética casi imposible de la mayoría parlamentaria y, de momento, coyunturalmente, por una conjunción de causas judiciales de incierto final, pero de seguro desgaste de la marca.
La agenda no se renovó en demasía porque ni hay tantas ideas ni hay tantas posibilidades reales para llevarlas a la práctica con tanta limitación. A falta de ello, se siguió con la estrategia de la patada a seguir hasta esperar que escampe: descalificación del contrario, pintado cada vez más negro; confianza en las propias fuerzas y en el insigne conductor, orgullo de pertenencia a un partido centenario y algunas propuestas de aliño para seguir sobreviviendo a las futuras tardes de votación parlamentaria. Como dijo el clásico -Juan Negrín, entre otros-, resistir es vencer, y mientras resistimos sobrevivimos, que no es poco.