- Sánchez va a agotar la legislatura como sea y solo la empinada cuesta de Bruselas le puede disuadir del empeño
Desde la Navidad de 2015, cuando Sánchez fundó el “no es no” como política de vuelo corto, no ha habido enmienda. Bien al contrario, la pandemia y la crisis económica dejan abiertas las puertas a un futuro incierto, inquietante y tal vez irresoluble. No hay altura. Tampoco madurez. La ausencia de los adultos causa sensación y asombro. Si ninguno de los acontecimientos ocurridos desde aquellas elecciones ha sido suficiente para poner a la política en su sitio, poca esperanza queda de una solución a todo lo pendiente.
Los problemas empiezan a acumularse a las puertas, como el enemigo al acecho durante un asedio. El aislamiento energético o las dificultades para el sostenimiento del sistema de pensiones empiezan a dar síntomas de agotamiento; ya no aguantan una sola patada más cual lata dando botes cuesta abajo: Bruselas aparece a la vuelta de la esquina con su cartilla. La nueva política ha sido nada y todo. Al final, pasado a limpio, han aportado más de lo mismo, pero con muchas menos lecturas. Duele ver el debate público. Contagiados por el tono de las redes sociales, vuelan las frases hechas como las botellas en los bares de trifulca. Hace dos años de las segundas elecciones de 2019. Las cuartas en el cuatrienio 2015-2019. A la democracia del 78 le falta un Gobierno a la italiana. Con un líder sobresaliente en autoridad moral y con el respaldo de una mayoría reflejo de una sociedad necesitada de calma y confianza. Sánchez negó la gran coalición a Rajoy y después a Rivera cuando Ciudadanos había superado al PP por ejemplo en Madrid. La obcecación de Rivera por sustituir al PP abrió su camino de perdición. Lejos de rectificar, Sánchez ha despreciado en esta etapa un acuerdo con el PP, arrimándose sin rubor a todos aquellos que pretenden la destrucción del actual sistema político. La moción de censura a Rajoy cambió el paso y sobre todo la historia. Ni siquiera en una situación dramática como la pandemia, con la angustia confinada de puertas para dentro y los hospitales desbordados. La oportunidad política se inscribe en listado de los quebrantos.
Al plan Sánchez de aprobar el presupuesto, pagando el precio convenido con cada socio independentista, se ha añadido el error estratégico del PP contra sí mismo
Sánchez va a agotar la legislatura como sea y solo la empinada cuesta de Bruselas le puede disuadir del empeño. El pasado 4 de mayo, con la victoria de Ayuso, en Madrid empezó su duda. La remodelación del Gobierno, escabeche de ministros socialistas, asomó la inquietud de un presidente que inició una cuesta abajo por la inercia del resultado y su efecto en la opinión pública como han demostrado las encuestas hasta esta semana. A Sánchez le ha tocado la lotería antes de tiempo y se atreve: “España va mejor”. Bien es cierto que apenas unas horas han tardado en recordarle la verdad los del traje gris de la Comisión Europea con sus nada fantasiosas previsiones. Al plan Sánchez de aprobar el presupuesto, pagando el precio convenido con cada socio independentista, se ha añadido el error estratégico del PP contra si mismo, llevando la contraria a los votantes del 4 de mayo. Nadie entiende la razón y ni siquiera en este caso se puede salir del paso diciendo que todos tienen sus razones. Sánchez gana sin mover un dedo.
El viento del 4M sopló a favor del PP después de los resultados en Cataluña y el País Vasco. El PP corre un serio riesgo con el inexplicable caso de Madrid. El efecto Ayuso habría creado un marco mental de reunificación del centro derecha en toda España por la base, a través de los votantes. Un hecho inesperado. Lo sorprendente es el desconcierto con el que se ha gestionado un éxito tan necesitado por Casado tras tres años de digestión de la herencia recibida. Los sondeos cambiaron después del 4 de mayo y entre finales de octubre y primeros de noviembre, en apenas unos días, han regresado a las posiciones anteriores al triunfo de Ayuso salvo en el caso de la propia presidenta de la Comunidad de Madrid. El viento del 4M empujaba al PP en los pronósticos de las autonómicas andaluzas, valencianas y castellanoleonesas. Además de Sánchez, Vox observa y espera la resolución de la pelea comiéndose un cajón de palomitas.
Cada diputado ya no representa al conjunto de los españoles, sea cual sea su circunscripción, sino a su territorio, a la parte y no a la soberanía nacional
Con la alternativa lastrada por un error no forzado, el radar de las encuestas ya detecta que el Congreso de los Diputados aumentará las piezas del puzle con más partidos provinciales. Ni siquiera las autonomías han resuelto sus problemas. Se ansía el salto a Madrid donde se reparte la tela. Cada diputado ya no representa al conjunto de los españoles, sea cual sea su circunscripción, sino a su territorio, a la parte y no a la soberanía nacional. El todo se trocea, en una subasta, aunque cada vez queda menos para el reparto.
El independentismo catalán y vasco apuran para dejar al Estado vacío de competencias. El presupuesto del Estado se convierte en un almacén de compraventa al por mayor. La España olvidada, vacía que no vaciada, se organiza para pedir su parte. Los españoles se refugian tras los muros y cañones de su cantón como en la novela de Sender. La España del 78 no es, ni mucho menos, aquella de la Primera República nacida de nalgas tras el intento fundacional de una monarquía liberal parlamentaria con el Gobierno Prim, cien años antes de la actual democracia. Aunque no se parezcan, la actual política recupera en su colapso al efímero presidente republicano, Estanislao Figueras, quien, en un Consejo de ministros, antes de coger un tren a Francia marchándose de España con cajas destempladas, dijo a los presentes: “Señores voy a serles franco; estoy hasta los cojones de todos nosotros”.