Ignacio Marco Gardoqui-EL Correo
Necesitamos una ministra de Trabajo que se enorgullezca de no tener a nadie acogido a una prestación, porque todos los ciudadanos estén ocupados con un empleo digno
No se si es por vocación o por simple compañerismo, pero lo cierto es que el Ministerio de Educación se ha contagiado del alboroto estereotípico que campa en el Gobierno. La gestión de la vuelta a las aulas está siendo de todo menos racional, programada y previsible. La fecha de incorporación se conoce desde siempre, pero la conferencia con las comunidades autónomas ha tenido que esperar hasta hace unos pocos días. Hasta el punto de que los sindicatos del ramo, de profesores y estudiantes, empiezan a anunciar movilizaciones y a lanzar amenazas de huelga. Sobre todo en aquellas comunidades regidas por el PP, lo que siempre resulta más sencillo y menos comprometido.
A mí esto de las huelgas nunca me ha gustado mucho, pues no veo como dejar de trabajar puede ayudar a mejorar el trabajo, pero ya se que la ley ampara el derecho, incluso cuando los daños provocados por la protesta son muy superiores a los supuestos derechos que mueve a los convocantes, como es el caso de la educación, cuyos daños son enormes, aunque sean difícilmente cuantificables en euros.
Lo que me sorprende es que no haya habido huelgas de estudiantes, profesores e incluso de padres en algunas situaciones recientes. Por ejemplo, cuando se han rebajado las exigencias para pasar de curso. Es obvio que en este país tenemos una tasa insufrible de abandono escolar temprano. Pero tratar de mejorar los ratios en base a reducir las exigencias me parece un desatino. ¿Cuál es el mensaje que se emite? Pues que no es necesario esforzarse demasiado.
Otro. Cuando llegó la pandemia y se cerraron las aulas se decretó un aprobado ‘casi’ general del curso pasado. La razón es que había un 20% de la población escolar que carecía de los recursos tecnológicos necesarios para seguir las clases por vía telemática. Perfecto, no hay que agrandar las desigualdades. ¿Pero no hubiese sido mucho mejor proporcionar dichos medios a quienes carecían de ellos? Y si no era posible hacerlo ¿no hubiera bastado con dar aprobado a ese 20% perjudicado y someter al 80% restante a un examen normal?
Otro más. ¿Ha visto los resultados de los últimos exámenes de selectividad para acceder a la universidad? Han registrado un 97,52% de aprobados en castellano y un 98,2% de los realizados en euskera. ¿Qué examen es ése? ¿cuál es su rigor? ¿a quién se ha suspendido, al que escribió mal su nombre? Un examen así ni selecciona nada, ni estimula nada. De nuevo, y por el contrario, se desanima el esfuerzo y se penaliza al competente.
Llegados hasta aquí, quizás se pregunte por qué hablo de educación en la sección de economía. Pues tiene muchísimo que ver, porque sólo una sociedad bien formada será capaz de enfrentarse a los retos que nos esperan y la filosofía que practica este Gobierno de que no es necesario estudiar para aprobar ni trabajar para ingresar es nefasta. Para «que nadie se quede atrás» ha decidido que nos sentemos todos a esperar y eso nos conduce a una sociedad sin estímulos, en la que la mediocridad sustituye al mérito y donde el esfuerzo no obtiene recompensa. Así vamos mal.
Todos deseamos empleos abundantes y pagados con salarios elevados. Perfecto, aceptado. Pues para disponer de empleos abundantes que estén bien pagados necesitamos muchas cosas y la más importante es una población educada, emprendedora y formada como los mejores, que cree empresas punteras con la tecnología necesaria para competir en un mundo ferozmente intercomunicado y diabólicamente eficiente. Suena duro ¿no? Pues piense que la realidad es así de dura y que no hay manera de sostener una sociedad permanentemente subsidiada sobre la base de una economía débil.
A la actual ministra de Trabajo le encanta tener bajo su amparo a 5,1 millones de personas cobrando una prestación. Necesitamos un ministro o ministra, claro está, que se enorgullezca de lo contrario. De no tener a nadie acogido a una prestación, porque todos los ciudadanos estén ocupados con un empleo digno. Ese es el foco.