En la primavera del 36, el Gobierno del Frente Popular también hablaba de bulos. Casares Quiroga, ministro de Gobernación, así calificaba las noticias de cientos de asesinatos, asaltos a centros religiosos y batallas callejeras que dejaron un incontable reguero de cadáveres por toda España en el lapso de unas cuantas semanas. «Son rumores que hacen circular los fascistas y reaccionarios para romper el Gobierno y acabar con las conquistas sociales logradas», recitaba el ministro republicano, Casarlitos, tal y como se refleja en Fuego Cruzado, (Del Rey y Álvarez Tardío; ed. Galaxia Gutemberg).
Sánchez se ha apuntado a la vieja teoría del ‘bulo’ como escudo protector ante la avalancha de episodios sospechosos que rodean la trayectoria profesional de su esposa, amén de como argumento único para avanzar en esta improbable legislatura. Nadie, salvo la militancia más estulta o fanatizada, se traga ya la patraña amorosa del presidente, cinco días de lágrimas en su encierro de Moncloa sumido en el dolor y la depresión. Empieza también a estomagar, incluso a los propios, la letanía del bulo y del fango. Para desarmar lo que tacha de ‘infamias’, habría bastado con que en la mañana del lunes 24 de abril, luego de la visita artera a Zarzuela, el narciso guapetón se hubiera plantificado ante los periodistas y presentado datos y documentos sobre los movimientos oscuros de Begoña Gómez con Air Europa, Globalia, Hidalgo, Aldama el comisionista, Dominicana, Barrabés, el IE de Diego Alcázar, el África Center y demás ‘emprendimientos’ que impulsó a los dos meses tan sólo de instalarse en la Moncloa. Contra bulos, transparencia.
Ni Pedro ni Begoña han desmentido o aclarado algo. Repetir «eso es falso» como único argumento resulta de un pedestre infantilismo. O de una culpabilidad evidente. Sánchez, ofuscado y ensoberbecido, ha elegido la senda del Grupo de Puebla, donde trisca Zapatero como mediador del criminal Maduro, y ha apuntado sus misiles contra los jueces y los ‘pseudomedios’ en una ofensiva kirchnerista que ya ha convertido en su única línea de acción. Un argumento monótono e insostenible.
En caso de inesperada renuncia del jefe supremo, habilitar a la vice-uno Montero como fórmula interina para luego coronar a Óscar Puente en la cúspide tanto del partido como del Gobierno. Un salto cualitativo hacia la sima
Desde que remitió su delirante tuit a los españoles, Sánchez tiene en blanco su agenda como presidente. Ha concedido un par de entrevistas y ha acudido a hacer campaña electoral a Cataluña con Salvador Illa, quien lo detesta. Como jefe del Ejecutivo lleva, pues, once días sin ocuparse de sus funciones. Fidel también lo hacía. Y Chávez. Ese mimetismo caribeño ha despertado recelos y hasta críticas entre sus filas. No ha dejado de extrañar el editorial de El País que hablaba de que ahora ‘se le han visto las costuras al PSOE con un hiperliderazgo desde 2017″. Se preguntaba el Arriba de sanchismo, inquieto por lo suyo, «cómo garantizar la continuidad del proyecto socialista más allá del carisma de su líder». Las cacatúas orgánicas también esparcían, en platós y columnas, la teoría de que se aprecia un ‘decaimiento’ en el ánimo de ministros y dirigentes del PSOE porque nada sabían de la extraña maniobra del líder enamorado y, menos aún, de lo que hará en el futuro. ¿Repetirá la pataleta? ¿Se irá algún día sin avisar, sin dejar señalado a su sucesor?
Había incluso un plan elaborado por Santos Cerdán, desvelado por Libertad Digital, para, en caso de inesperada renuncia del jefe supremo, habilitar a la vice-uno Emejota Montero como fórmula interina y coronar a luego Óscar Puente en la cúspide tanto del partido como del Gobierno. Un salto cualitativo hacia el precipicio. El hombre de Cromañón instalado en el vértice de la torre de Babel.
Ayuda a Puigdemont y cita con las europeas
Quiso el presidente del Gobierno desarmar el debate sucesorio al asegurar en RTVE que piensa seguir en el tajo estos tres años y otros cuatro si el cuerpo aguanta y le vota el personal, detalle del que no duda. Confía en cosechar un buen resultado en Cataluña, donde posiblemente tenga que ayudar a Puigdemont para que acomode su enorme trasero en el sillón de la Generalitat, y espera que los tenebrosos augurios demoscópicos de las europeas no se concreten en una realidad tan adversa.
Mientras tanto, agitará sin descanso la trola del bulo y apretará aún más las tuercas a la Justicia para lograr un tránsito sin demasiados contratiempos en lo que queda de Legislatura. Carece ya de mayoría parlamentaria estable, de presupuestos con los que juguetear al populismo, ni el refugio del plan palestino, con el que redondeó un Europa un estruendoso ridículo. Sólo le queda apechugar con el incómodo plan de apechugar con las demandas de sus socios periféricos tanto la suelta de los presos etarras como el referéndum de autodeterminación de los golpistas catalanes y quizás también de los vascos. Cerdán y Bolaños ya están para ello, arrodillados ante la carcundia xenófoba. Y para entretenerse y dotar de algún sentido a sus días en Moncloa, se afanará en perseguir magistrados y hostigar a los medios, ese noble ejercicio al que se entregan todos los dirigentes demócratas.
El articulado de su nueva ley de información se antoja muy sencillo. Todo lo que cuestione al caudillo es bulo. Lo que no es adhesión es fango. Quien no lo aclame será ajusticiado en plaza pública por la jauría viral de Óscarpuente. Quien no lo venere se las verá con la acorazada de Inchaurrondo. Quien no se postre de rodillas ante sus pies sufrirá destierro eterno. Quien amague una referencia crítica hacia su mujer, hermano y demás familia, resultará excomulgado.
Dice Alfonso Guerra en el Times que «Sánchez es cada día más autócrata y está cavando su propia tumba». Es posible, no hay líder eterno, aunque alguno murió en la cama. Hay quien piensa que, tras la farsa de los cinco días de llanto, el hermoso muchachote se ha colocado en el centro mismo del tablero como un tótem único e imbatible, ha desplazado a Feijóo hacia los arrabales de la insignificancia y está a punto de coronarse ya como Pedro Primero el Magnifico, gran guerrero planetario del progreso, excepcional combatiente de la izquierda contra las hordas reaccionarias y héroe prometeico en defensa de la justicia universal. «San Pedro Mártir regresado de su jardín de olivos para imponer de una vez el reino de dios«, apuntaba Alsina. «Si el presidente nos envía una carta sincera a los españoles, su título debería ser: Creo que dios soy yo«, deslizaba un día antes Dieter Brandau.
Curiosa coincidencia en las ondas. Sólo falta añadir lo de Spinoza para describir la pesadilla: «Dios no quiere a nadie». A saber. Será un bulo.