LUIS VENTOSO-EL DEBATE
  • La economía española va a vivir un otoño de pánico con la peor tripulación posible al frente de la nave
Érase que se era la llamada Gran Estabilidad, una maravilla que había comenzado en 1990. Caído el Muro, habíamos arribado el imperio perpetuo del capitalismo y la democracia liberal. El sumo sacerdote del Mundo Feliz era Alan Greenspan, alias «El Maestro», que desde su trono de la FED prometía crecimiento sostenido y baja inflación para siempre, una magia oficiada por la alquimia de los bancos centrales.
Pero en 2007, el invento se va al carajo del modo más brusco. Llega el revolcón «subprime». El mundo tiembla. La génesis fue una crisis de deuda. La industria financiera estadounidense se puso ocurrente y empaquetó en papel de regalo las hipotecas basura concedidas a unas familias que no podrían pagarlas. Luego añadió más roña contable al fardo, le puso un hermoso lacito publicitario y lo revendió con enorme éxito. Habían nacido los famosos «derivados», basados en alambicadas ecuaciones de jóvenes geniecillos de las matemáticas (ininteligibles hasta para los directivos de los propios bancos que vendían el producto).
Lo financiero había cobrado vida independiente al margen de la realidad. Daba igual que hubiese algo tangible sosteniendo el tinglado o no. Hasta que aquella opulenta pirámide de Ponzi reventó con el cataclismo de Lehman Brothers, un banco «demasiado grande para caer».
La Gran Estabilidad se convirtió así en la Gran Recesión. Pero la prometida Gran Recuperación nunca ha acabado de producirse. Hubo una remontada, cierto. Pero bastante ficticia, porque lo que se hizo fue parchear el resacón de una crisis de deuda contrayendo todavía muchísima más deuda (los famosos manguerazos e inyecciones de los bancos centrales). La actual deuda mundial desborda la que existía en 2007, cuando reventó la burbuja. Ahora mismo supera en un 355 % al PIB mundial. Y el rey de los morosos es –¡ay!– nuestro Occidente.
La poción mágica de los tipos por los suelos y las «expansiones cuantitativas» fue un fármaco que tuvo sentido en el pico de la crisis. Pero sucede lo mismo que con la tolerancia ante las drogas: cada vez se necesita más dosis para el mismo efecto. Antes del golpe de la pandemia, Occidente ya caminaba dopado y rumbo a otra sobredosis de deuda. Pero la urgencia de la covid obligó a aplazar el retorno a la senda virtuosa de la consolidación fiscal.
Y aquí entra en escena el principal líder progresista, feminista y ecologista del orbe, nuestro Sánchez. La pandemia le permitió escaquearse de la cordura contable. Comenzó a gastar alocadamente lo que no teníamos, fomentando una economía subsidiada, con un claro afán de comprar el voto al estilo peronista. El resto lo fio a los fondos europeos, que una vez que van llegando no acierta a saber gastar.
Sánchez confiaba en seguir disparando alegremente con pólvora del rey hasta las elecciones de 2023, sin preocuparse por el socavón en las arcas públicas. Pero un factor inesperado le ha roto la cintura: la crisis inflacionaria, agudizada por la guerra en Ucrania.
La demoledora escalada de precios ha obligado al BCE a tomar medidas para enfriar la economía. El 9 de julio subirán un 0,25 los tipos y se espera que lo hagan de nuevo en septiembre, tal vez ya un 0,50. Lagarde anunció además que corta el grifo de la compra de deuda. Estas medidas anticipan una tormenta perfecta sobre España el próximo otoño.
La subida de tipos resultaba imprescindible para intentar sofocar una inflación insoportable. Pero su reverso oscuro es que ralentizará el crecimiento. Profecía fácil: en otoño creceremos con menos brío, las hipotecas se encarecerán, la prima de riesgo española seguirá aumentando (ya ha pasado de 59 puntos en febrero del año pasado a 117). De propina, debido a la atolondrada política exterior de Sánchez, podemos sufrir un invierno con el gas argelino en la estratosfera, cuando supone el 30 % del que consumimos.
Resumen: la tormenta perfecta nos va a pillar en un barco gobernado por los hermanos Marx, una tripulación que combina la incompetencia más osada con el sectarismo socialista más nocivo. El otoño del dolor nos sorprenderá en manos de una tropa de incompetentes (ayer llegaron a comunicar que se levantaba el tope a las pensiones máximas, asombrosa noticia cuando la caja de la Seguridad Social está semiquebrada; para luego descubrirse que todo había sido un patinazo épico de Podemos, que se equivocó con el anuncio).
Los españoles le darán un puntapié electoral a Sánchez el año próximo. Pero resulta lastimoso que haya tenido que llegar una crisis de caballo para lograr desembarazarnos del presidente más dañino de nuestra democracia. Ha logrado el pasmoso hito de batir el récord negativo de Zapatero.