José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
A Sánchez no le salió ni medio mal una operación que, sobre el papel, era de alto riesgo político
La pasada semana tuve la grata oportunidad de participar en la Universidad de Verano Menéndez Pelayo de Santander en un curso sobre la ‘Anatomía del ‘procés’. En la mesa de debate acompañé a Juan López Alegre y a Elisa de la Nuez. Mi propuesta fue que, en rigor, deberíamos debatir no sobre la ‘anatomía’ sino sobre la ‘autopsia’ del ‘procés’ (de este, aunque luego haya otro) porque, en realidad, este episodio político insurreccional acabó cuando los 17 parlamentarios independentistas votaron en junio la moción de censura contra Rajoy e instalaron a Sánchez en La Moncloa.
Esa involucración en el sistema de decisiones de Estado por los separatistas —lo mismo ha ocurrido en la renovación provisional de la dirección de RTVE— implicaba, de hecho, la resignación de las políticas efectivas unilaterales (no de las retóricas o discursivas) y la asunción de nuevo —sin reconocerlo— del marco autonómico. Hasta tal punto, que el presidente Torra se ha convertido en el ‘carcelero’ administrativo de los políticos presos y ha participado —tras el lendakari— en una ronda de presidentes/as de comunidades autónomas. Autonomismo real, independentismo verbal.
El vicario de Puigdemont llegó ayer a La Moncloa sin mayoría social, con una arisca mayoría parlamentaria (integrar a la CUP en ella no es nada fácil), con una división interna muy aguda en el independentismo de ERC y de JxCAT, con la sociedad catalana fracturada, con las grandes empresas del país con sus sedes trasladadas de Cataluña, sin un solo apoyo internacional y con unos procesos penales que sugieren el alejamiento por largo tiempo de la política institucional de los líderes del colapsado ‘procés’.
Joaquim Torra es un radical de pésimo tono, pero no necesariamente lerdo, y sabe que el panorama es el propio de una batalla campal perdida por el eufemísticamente llamado soberanismo que ha agarrado al vuelo la posibilidad de un repliegue con Sánchez antes que con Rajoy. El presidente de la Generalitat asumió algunos riesgos procedentes de los sectores secesionistas ‘hiperventilados’ (a los que pertenecía hasta ayer) que todavía viven en la irrealidad del 6 y 7 de septiembre y del 1 de octubre del año pasado, cuando —como ayer publicaba ‘El Periódico’ en un sondeo— la realidad es que el 62% de los catalanes quieren mejorar el autogobierno y evitar el independentismo.
El presidente del Gobierno debió cargar con algunos riesgos no menores: Torra es un personaje particularmente ofensivo para la inmensa mayoría de los españoles; ha demostrado manejarse mejor en el activismo que en la política; ha hecho que Sánchez digiera raciones pantagruélicas de sapos políticos; ha agraviado gravemente al jefe del Estado, pero, al fin y a la postre, se ha tenido que rendir a la evidencia aprovechando las muy especiales circunstancias en que el secretario general del PSOE se hizo con la presidencia del Ejecutivo. Por eso, restauró ayer el sistema autonómico con acuerdos operativos de naturaleza estatutaria (comisión bilateral y grupos de trabajo) que tenderán a normalizar la gestión de la Generalitat y de su relación con el Estado. A Sánchez no le salió ni medio mal una operación que, sobre el papel, era de alto riesgo político.
Este repliegue del secesionismo no se ha frustrado ni siquiera por la imprescindible impugnación el pasado viernes por el Consejo de Ministros de una reiterada declaración soberanista que atenta contra el artículo 2º de la Constitución, que es el valladar —no cabía otra posición— ante el invocado y no renunciado derecho de autodeterminación que Torra siguió esgrimiendo. También aludió a los políticos presos, pero la respuesta era de manual: son cosa de los jueces y tribunales y solo de ellos.
La oposición, la de Ciudadanos (que es el primer partido de Cataluña) y la del PP, es lógica y diría que obligada. La estética de un Torra en La Moncloa resultaba repelente para un muy amplio sector de la opinión pública española. Pero era un trance ineludible tras la moción de censura a Rajoy. Lo esencial es que muchos y justificados cabreos no nublen la interpretación cabal de lo que ayer aconteció en Moncloa. En los próximos días, vamos a contemplar un doble espectáculo: en Madrid y en Barcelona.
En la capital, van a volar las más gruesas descalificaciones a Sánchez y al PSOE (a los que, insisto, la operación no les ha salido nada mal). Pero será peor para Torra en Barcelona. Porque en la Ciudad Condal saben a la perfección descodificar la significación del viaje del presidente de la Generalitat a Madrid. Y las conclusiones que se están sacando por los guardianes de la ortodoxia separatista, ya se lo adelanto, son demoledoras para el sustituto de Puigdemont.