- Hay una cosa que no entiendo, Torres, pájaro: los mandilones insistís en vuestro respeto a la fe ajena, pero en privado dices unas cosas realmente extremas, incluso para vosotros. Te crees que solo te está oyendo Koldo cuando lanzas aquella barbaridad de todos los santos (todos, no uno, ni cinco, ni quince, todos)
«No descarto que alguien cobrase», le soltó Torres a Sánchez, el mandilón al autócrata, hablando de la pandemia. Parece un gag. Humor negro, dadas las circunstancias en que tantos se lo llevaron crudo. La ocurrencia del inaugurador de logias es mejor que la de Casablanca: «¡He descubierto que aquí se juega!». En la peli pronuncia la frase inesperada, quien ostenta el poder; en el gag del masonazo, él se arriesga ante el poderoso con semejante chiste. Me lo imagino llevado a la pantalla, con un formato en plan José Mota.
Después de la inesperada afirmación «no descarto que alguien cobrase», yo les haría aguardar unos segundos a los dos actores caracterizados de autócrata y canario, la mirada de circunstancias, como si uno de ellos fuera a gritar algo, para entonces echarse a reír ambos a mandíbula batiente, partirse el pecho, caerse al suelo y revolcarse. Solo ahí el que manda, Sánchez, debería comentarle al cachondo que presidía las islas afortunadas, entrecortadamente, impedido por la incontenible hilaridad: «¡Qué… qué… cabrón, macho… no descartas… jjjjj… no puedo, tío… yo sí descarto que… que… que… que alguien NO cobrara… jjjjjjj!». Ese sería el gag perfecto, que tiene que resultar casi inverosímil, pero que no puede serlo porque todos sabemos que la frase clave, la que abre el gag, es verdadera. No descarte, hermano.
Ojo, hermano como hombres que somos, y yo cristiano. No hermano en el plan que te pones tú con las chorraditas del espejo, señor de la escuadra y el compás. Cuádrate y acompásate, tío. Tú con el Gran Arquitecto, yo con Jesús. Hay una cosa que no entiendo, Torres, pájaro: los mandilones insistís en vuestro respeto a la fe ajena, pero en privado dices unas cosas realmente extremas, incluso para vosotros. Te crees que solo te está oyendo Koldo cuando lanzas aquella barbaridad de todos los santos (todos, no uno, ni cinco, ni quince, todos). Pero Dios te oye. Tu Gran Arquitecto, no sé. No negaré que el vulgo es dado a la blasfemia. A veces es tan espontánea que puede tenérsela por una reacción refleja, como de dolor —¡ay!— un sonido sin intención. Pero lo tuyo con todos los santos es elaborado, sugiere sombras infernales, da miedo.
Das miedo, mi niño. (Póngase acento canario). Encima esas cosas las decías en el trance de llevárselo alguien crudo. Sí, alguien se lo llevaba crudo, muyayo. Mira lo que te digo: no descarto que alguien cobrase. Jjjjjj. Deja que recobre el resuello. Soltabas tus barbaridades en charlas de negocios. O sea, la gente muriéndose y todos los demonios haciendo negocios. Tú estabas a lo que estabas, con tu mandil y tu canesú: mirando de engrasar las cosas («lo que quiero es que se pague de una vez»), imprimiendo velocidad a unas administraciones que venían lastradas por arriba, por la de ladrones desalmados que les salieron. Lo que no veo es por qué Koldo se quería dejar violar por ti. Ahí falta información. Resumiendo: yo tampoco descarto que alguien cobrase.