EL MUNDO – 05/04/16 – LUIS MARÍA ANSON
· «No hay que hacer nada porque el tiempo lo arregla todo y lo mejor es tener cerrado el pico». Esta necedad de Pedro Arriola ha vertebrado la política monclovita de Rajoy durante los cuatro años en que ha dispuesto de mayoría absoluta en el Congreso y en el Senado, amén del control de la inmensa mayoría de las autonomías y los ayuntamientos.
Sería injusto generalizar el dolce far niente del líder del Partido Popular, inspirado en el inertia dulcedo de Tácito. A pesar del rejón deficitario que las comunidades autónomas le han clavado a Mariano Rajoy en el lomo, su gestión económica ha sido un éxito con alto reconocimiento internacional: el PIB español ha crecido y está a la cabeza de la Europa unida; la prima de riesgo se ha reducido de 638 puntos básicos al entorno de los 100; el paro ha descendido; la seguridad social ha crecido; la balanza comercial se ha equilibrado e incluso el déficit que Zapatero dejó rozando los dos dígitos se ha quedado en la mitad. Solo pende sobre la cabeza de las generaciones próximas una deuda pública alarmante.
Aparte del dolce far niente, la sabiduría arriólica aseguró a Rajoy que Pablo Iglesias y los suyos eran unos «frikis», Albert Rivera y Ciudadanos, «insignificantes» y el órdago de Arturo Mas una simple «finta». Tras el 20-D, Rajoy, atónito frente al desagradecimiento de los electores que le dejaron en 123 escaños, 53 menos de los que tenía, se vio obligado a dudar de las profecías de Arriola, el hombre que solo acierta cuando vaticina el pasado. Así es que estamos asistiendo al espectáculo insólito de un Rajoy y sus colaboradores cercanos en movimiento, pensando en nuevas elecciones generales que les permitan permanecer en su lugar de descanso en el Palacio de la Moncloa.
El presidente en funciones hace declaraciones a cuantos periódicos y revistas se lo piden. Visita los estudios de las cadenas de radio y se somete a las preguntas de tertulianos y oyentes. Recorre todos los platós de televisión y acepta que le expriman políticamente. Aunque para él la historia de la literatura universal, desde el Gilgamés hasta Tennessee Williams pasando por Cervantes y Shakespeare, carece de interés, ha asistido a actos intelectuales e incluso ha intervenido en alguno de ellos tras escuchar cómo José María Aznar le cantaba piadosamente las cuarenta.
Las tortugas populares, en fin, se han puesto al galope tendido ante la estupefacción de un Arriola desdeñado y contrito. Algunos piensan que es demasiado tarde y que ni aun desbocadas pueden competir con la ardilla Sánchez o la liebre podemita. Pero algo es algo. Y hay tanto miedo en sectores cualificados de la sociedad española, tanto temor ante lo que se puede venir encima en la gobernanza de España, tanta preocupación porque se desestabilice el país, que resultaría ilógico descartar -y así lo confirman las encuestas- la reacción final de un sector del pueblo en las nuevas elecciones, con la esperanza de que se remansen las aguas alborotadas.
A mí personalmente me resulta grato ver cómo cabalga la tortuga Rajoy, que permanecía inmóvil en su despacho del palacio monclovita mientras a sus puertas Soraya y María Dolores se dedicaban a bambolear el botafumeiro gallego para incensar al líder popular, ayer desdeñoso y hoy todo oídos y alabancero.
EL MUNDO – 05/04/16 – LUIS MARÍA ANSON