MANUEL MONTERO, EL CORREO 19/02/14
· No hay excusas para admitir la corrupción, se ha dicho con razón; pero en Navarra se habla de la corrupción como excusa para pasar una frontera infranqueable.
Lo de menos (de momento) es si el PSOE consuma su desaguisado y en Navarra llega a presentar una moción de censura con el apoyo de Bildu. El estropicio lo ha producido ya. Se ha visto que sus líderes no tienen reparos en tratar a la izquierda aberzale como un partido normalizado. Quienes aún no han condenado el terrorismo quedan exculpados por lograr sus votos. La memoria histórica se convirtió hace unos años en un argumento socialista central, pero es incompatible con semejante desmemoria vital y política.
Los socialistas han dado en mostrarnos que la izquierda abertzale se ha convertido, ya y del todo, a la democracia. Una y otra vez hablan de echarle una mano, de futuros en coalición, construir juntos un ‘tiempo nuevo’: hasta asumen la terminología radical. Tienen estómago. Han hecho más esfuerzos para que se considere presentable a la izquierda abertzale que ésta: aún falta su condena taxativa del terrorismo y la exigencia de disolución de ETA.
Lo más probable es que no lleguen nunca. Entre otras razones, porque el PSOE –aún un partido de gobierno– les admite en sociedad sin siquiera un repudio formal de sus brutalidades históricas. Hasta considera la eventualidad de formar gobierno con su apoyo. No pueden impedir que la exbatasuna vote con ellos, se excusan, pero la moción de censura requiere saber que se cuenta con esos votos.
Que un partido democrático, opuesto al terror, dé un volatín de este calibre lleva a pensar que afrontó la cuestión desde el relativismo ético. ¿De verdad el PSOE no tiene reparos morales en pactar con los asociados al terror hasta ayer mismo, sin que quede claro que se han desgajado ya? ¿Carece de criterios al respecto? No se puede estar en dos sitios a la vez: contra el terror y diciendo pelillos a la mar, como si ETA y sus secuelas hubiesen sido una especie de broma política episódica.
En el mejor de los casos, esta desmemoria demuestra que los socialistas tienen unas tragaderas de muy señor mío, por el ansia de creer en tiempos nuevos –ese permanente regreso al pasado– sin arrepentimientos por medio. O bien dan en tragaldabas y su hambre de tocar poder les lleva a olvidar principios morales y políticos.
Si el poder lo justifica todo, las implicaciones serían enormes. ¿Una coyuntura similar en el País Vasco les llevaría a justificar una alianza con la izquierda abertzale sin arrepentir? ¿Y más allá, si se buscan frentes populares para cambiar una ley de educación, pongamos por ejemplo, y hacen falta unos votitos de nada? Si uno abre las tragaderas se le quedan abiertas para siempre. Por definición el relativismo no tiene límites.
Además, en términos políticos sería un despropósito. Cualquier alianza, incluso tácita, con quienes tienen un concepto no democrático de la democracia –lo que no empezará a cambiar hasta condene el terror sin matices– está cargada de potencial desestabilizador. Un gobierno alzado de esta forma sería en un rehén de quienes entre sus expectativas tienen la convulsión política.
Resulta obvio que si el PSOE no da este paso es por los costos electorales inmensos que tendría en toda España –seguramente también en el País Vasco y Navarra, lo que parece olvidar por la tentación de probar de la fruta prohibida–. Pero desazona la frecuencia con que sus dirigentes sugieren futuros de este tipo, alianzas de las ‘izquierdas’ trasversales. Les subyuga la eventualidad de irse a la mesa–y a la cama– con los que han hostigado a la democracia. El síndrome de Estocolmo elevado a categoría política.
Suele refugiarse el PSOE en la idea de la superioridad moral de la izquierda, argumento recurrente que le ahorra mayores elucubraciones. Este concepto autosatisfactorio le justifica su inanidad ideológica y la falta de esfuerzos por elaborar programas coherentes. Todo le vale, pues representa la sacrosanta izquierda. Si está en el Gobierno y pierde votos a mansalva no hay responsabilidades, pues lo importante es su buena voluntad, que lo justifica todo, incluso políticas descabelladas. Cuando la gente se percate de su error al no votarle –dada su elevada sensibilidad– le volverá el poder. Mientras, a esperar. O a jugar con fuego.
Pues bien: la indulgencia interesada con Bildu –miramos para otro sitio cuando nos votan– destroza cualquier presunción de tener nociones éticas, no ya superioridad moral. No hay excusas para admitir la corrupción, se ha dicho con razón, pero aquí se habla de otra cosa: la corrupción como excusa para pasar una frontera infranqueable. Eliminarla ha de ser una prioridad, y es una pena que el principio no lo aplique otras veces, cuando el PSOE tiene todos los votos para hacerlo: piénsese cuando saltaron los ERE. Al margen de que hay más formas de combatirla que una moción de censura –algún malicioso pensará que les preocupa más llegar al gobierno que la corrupción–, aquí subyace una comprensión inadmisible de los próximos a ETA, de pronto unos más, y hasta preferibles a quienes están en el arco constitucional.
No sólo es el relativismo moral que implica la propuesta. Está también la evidencia de la ausencia de criterios en el PSOE. En Cataluña desarrolla el escaqueo del derecho a decidir; en Andalucía habla de la unidad nacional; en el País Vasco y Navarra se le ve con ganas de tragar lo que sea; en general, se apunta a todo lo que le parece que masacra a la derecha y alienta su presunta progresía. El olvido de que los partidos han de tener certidumbres y de que no vale la inconsistencia resulta fatal para los socialistas. Más importante: fatal para la democracia, que así navega al pairo.
MANUEL MONTERO, EL CORREO 19/02/14