Editorial en EL CORREO, 24/7/2011
La matanza, aunque aparentemente cometida por un solo hombre, no por un grupo terrorista organizado, tiene una motivación política: su autor es un conocido extremista, simpatizante de la ultraderecha y que no ocultaba su aversión al multiculturalismo y la inmigración, particularmente la de musulmanes.
Parece casi seguro que un solo hombre, un ciudadano de 32 años, propietario de una granja con cientos de empleados, con estudios de Economía y Religión y armado por su cuenta, dio muerte a casi un centenar de personas por medio de explosiones de bombas en el centro de Oslo y, particularmente, tiroteando a jóvenes socialdemócratas reunidos en una isla cerca de la capital. Faltan detalles de orden técnico, pero los hechos centrales están ahora bien establecidos y las autoridades le han imputado formalmente. La matanza, aunque aparentemente cometida por un solo hombre, no por un grupo terrorista organizado, tiene una motivación política: su autor es un conocido extremista, simpatizante de la ultraderecha y que no ocultaba su aversión al multiculturalismo y la inmigración, particularmente la de musulmanes, que él ve como una grave amenaza a la perennidad histórica de Noruega. Estos criterios son compartidos por buena parte de la sociedad noruega y la prueba es el auge del Partido del Progreso, segunda fuerza política y parlamentaria, con cerca del 25% de los votos y 41 escaños. La jefa del partido, Siv Jensen, un factor insoslayable hoy en el escenario político, dice más o menos lo mismo y quiere una «Noruega para noruegos y con leyes noruegas» pero, naturalmente, se mueve en el estricto terreno político y parlamentario y sería injusto ni siquiera sugerir connivencia alguna entre un asesino desequilibrado y el partido, en el que, por lo demás, militó sin relieve alguno una temporada antes de ser dado de baja. Terrorismo de expresa motivación política y obra de un fanático aislado y tal vez no muy cuerdo. Ese parece ser el diagnóstico a estas alturas, pero en su sencillez el mensaje que encierran los hechos (bombas junto a la oficina del primer ministro y asesinato de jóvenes de formaciones opuestas) produce un escalofrío que además de sacudir a estas horas a la modélica, estable y próspera Noruega, llevará a una profunda reflexión sobre sociedad, cultura, gobierno y democracia desde la convicción de que, en cualquier caso, debe seguirse a rajatabla la política de tolerancia cero con la violencia.