EL MUNDO 30/09/14
LUCÍA MÉNDEZ
El Gobierno, el PP, Ciudadanos y un nutrido grupo de analistas llevan tiempo diciendo que Artur Mas es un líder político acabado. Nadie lo diría. Más bien es un presidente que ya no tiene nada que perder, lo cual puede ser la mayor fortaleza para liarse la manta a la cabeza. Ha perdido a su padre político, tiene a su partido bajo la losa de la corrupción, ERC le está comiendo los votos y el Estado le aplastará bajo el peso de la Constitución y todas las leyes. Eso, si se libra de la Udef.
Este presidente que –en opinión de tantos– está acabado ha dado muestras el pasado fin de semana de grandes aptitudes para el teatro político. Durmió el viernes en su Palacio –y no en su casa– para velar las armas antes de la batalla como los caballeros medievales. Puede que pasara la noche de rodillas en oración como mandaba el rey Arturo a sus caballeros antes de imponerles la espada. Al fin y al cabo su biografía autorizada se titula La máscara del rei Artur. Por algo será. Cuando llegó la hora de salir a escena, se puso el traje y la corbata que llevó a la boda de su hija para firmar el decreto de su consulta y escribió la rúbrica con una pluma especial de fabricación catalana. En la imagen tenía detrás la estatua de San Jorge. Habló en catalán, español e inglés. Con perfecta pronunciación. Salió a la plaza y fue recibido con aplausos. En Cataluña ya se habla del partido del presidente –Enric Juliana en La Vanguardia– obviando a CiU.
Se ha hecho omnipresente en las televisiones y además ha conseguido con su interpretación tapar la surrealista y vergonzosa comparecencia de Jordi Pujol ante el Parlamento catalán.
En la escenificación del guión previsto, la dramaturgia de Artur Mas y los actores catalanes es, de lejos, mucho más atractiva que la del Estado representado por el Gobierno central, la oposición, el Tribunal Constitucional, el PSOE y la Abogacía. El mismo día que el presidente catalán rodaba su escena cumbre, el presidente Rajoy aparecía solo en la muralla china declarando que el asunto catalán es «un lío». Dicen que para enviar una señal de tranquilidad ante un inédito desafío a la unidad de España.
Artur Mas ha optado por la tragedia de Shakespeare y Mariano Rajoy por el distanciamiento brechtiano. Sin sentimentalismos, con la ley en una mano y la bandera en otra. El presidente del Gobierno de España se presentó ayer ante los ciudadanos con sobriedad y rigor para cumplir con su juramento de guardar y hacer guardar la Constitución. Fue una escena austera, escueta, prudente y bien ejecutada. Después no hubo aplausos, Rajoy no visitará ninguna televisión y la imagen de la Nación está ya en el edificio del Tribunal Constitucional, que es una mole muy poco inspiradora. Tal vez haga bien Rajoy en mantener la calma y no estimular emoción alguna, habida cuenta de lo que le espera en los próximos meses.