Las víctimas del terrorismo son un indicador de nuestra salud moral. No es el único y no ofrece mediciones absolutas sino relativas. Pero es un indicador fundamental: cuando las víctimas del terrorismo (muchas o pocas) dicen cosas como las que hemos leídos estos días algo se está haciendo muy mal. No puede ser que se sientan traicionadas, lo sean o no.
Pensaba, y así lo escribí, que el debate sobre el estado de la nación iba a ser ocasión para visualizar una nación en estado de buena esperanza, una nación preñada de futuro convivencial. Hoy tengo que decir que sí, que España está de parto, pero que la criatura viene de culo, que será imprescindible la cesárea y que, así y todo, es muy probable que cuando la criatura venga al mundo ocurrirá lo que en aquel chiste de Gila: que su madre no estará en casa («que sea la última vez que naces sólo», contaba Gila). Nacerá sola o mal acompañada y su corazoncito se helará al recibir el soplo gélido de esas dos españas nunca unidas si no es contra sí mismas. «Es usted quien se ha propuesto cambiar de dirección, traicionar a los muertos y permitir que ETA recupere las posiciones que ocupaba antes de su arrinconamiento». La rotunda afirmación de Mariano Rajoy resonó como un disparo en el Congreso de los Diputados deteniendo la tarde y volviendo irrelevante el posterior debate. En su réplica, José Luis Rodríguez Zapatero exigió la retirada de esa referencia a la traición a los muertos, pero Rajoy se negó. Lógicamente: se trataba de la clave de bóveda de todo su discurso contrario a la política de pacificación y normalización (antiterrorista, dice el PP) del actual Gobierno.
¿Supone esta renovada (pues no es nueva) política realmente una traición a los muertos, a las víctimas del terrorismo? Por desgracia los muertos no pueden decirlo. Sí pueden decirlo, y algunos lo están haciendo, sus familiares. «No quiero pensar o suponer que pudiéramos pasar por el desprecio, la humillación y el trago amargo de cualquier intento de pacificación por el camino del mercadeo de la sangre de las víctimas del terror, la extorsión y el chantaje», escribía hace unos días Nieves Baglietto, hermana de Ramón Baglietto, asesinado por ETA en 1980 (El Correo, 8-5-05). El pasado jueves diversos diarios publicaban la Carta a los nuevos ciegos de Pilar Ruiz Albisu, madre de Joseba Pagazaurtundua, en la que acusaba al PSE de elegir el poder y el interés del partido en lugar de defender la vida, la libertad y la dignidad: «Yo tengo voz, y no callaré, pero ahora hay muchos ciegos en España. Hay muchos ciegos que serán leales a lo que hagáis, aunque nos traicionéis, porque sólo ven las siglas».
Son palabras duras, durísimas. ¿Injustas? Desde una perspectiva política yo creo que sí: hasta hoy lo único cierto es que Rodríguez Zapatero se ha limitado a adoptar determinadas medidas que, lo mismo que aquellas otras adoptadas por Aznar, entran dentro del terreno de lo política y jurídicamente discutible. ¿Debe castigarse con pena de prisión la convocatoria ilegal de un referéndum? ¿Debe ilegalizarse a Aukera Guztiak, a EHAK, a ambos o a ninguno? En cualquier caso, no estamos hablando de corrección política. Las víctimas del terrorismo se han convertido en un indicador de la salud moral de nuestra sociedad. No es el único y, como cualquier otro indicador, no ofrece mediciones absolutas sino relativas. Pero es un indicador precioso, fundamental: cuando las víctimas del terrorismo (muchas o pocas, da igual) dicen cosas como las que hemos leídos estos días algo se está haciendo muy mal. O se está explicando mal, o poco, o a pocos. No puede ser que se sientan traicionadas, lo sean o no. No puede ser.
Dicho esto, el único que no puede hablar de traición a los muertos es Rajoy. No puede decirlo, en primer lugar, porque es un político profesional. Y un político es un traductor. Un traductor de esperanzas, valores, ideales, sueños, utopías incluso, en prácticas sociales. Y en ese ejercicio de traducción siempre traicionará los sueños. Traduttore, traditore. Escribió León Felipe (Llamadme publicano): «Poetas, hablemos con decencia y usemos la metáfora con sabiduría y respeto ¿Y si los muertos fuesen los vivos, y los vivos, los muertos? ¿A qué lado del puente habita el hombre? ¿Aquí, entre el barullo de los trajineros o allá, en la otra orilla, en la ribera de los sueños?».
No sólo los poetas deben ser respetuosos con la metáfora. Rajoy, trajinero y embarullador, ¿ha traicionado a los vivos? Entre ellos a algunos vivos de milagro, supervivientes del terrorismo, que habrán escuchado sus palabras con el mismo estupor, al menos, que el expresado por Nieves y Pilar.
Imanol Zubero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 17/5/2005