TONIA ETXARRI.EL CORREO

Fue la fiesta de la unanimidad (absoluta), según expresión del presidente valenciano Ximo Puig que, en su entusiasmo ante la falta de debate, se permitió la licencia gramatical. Pedro Sánchez cerró el congreso sin primarias (porque nadie se atrevió a presentar candidaturas alternativas) prometiendo derogar la reforma laboral, la llamada ‘ley mordaza’ y, como guinda del pastel, la abolición de la prostitución, el oficio más antiguo del mundo que él va a hacer desaparecer de la faz de nuestro país. De lo mollar (la subida de la luz y su pulso con las eléctricas, la regulación de los alquileres de las viviendas, la subida de impuestos y la asfixia a los autónomos) ni mención. Y el titular más llamativo para entretenernos: va a recuperar la socialdemocracia. Como si gobernara solo. Como si no dependiera de podemitas y secesionistas. Un escenario de ficción en el que ayer le siguieron los delegados sin rechistar.

Sánchez va haciendo piruetas para que le vayan encajando las piezas de la uniformidad en un partido que, de comprometerse a impulsar la reforma del Estado plurinacional ha pasado a entretenerse con la España multinivel moderna. Un término alemán democristiano con el que quiere recuperar sus juguetes rotos porque las encuestas le van indicando que por el extremo no va bien. Ayer se lamentó de que los socialistas hubieran tenido que soportar críticas por ser socialdemócratas. Pero no es su caso. A él se le ha criticado, precisamente, por haberse ‘podemizado’. Y eso es lo que le ha impedido hacer políticas socialdemócratas. Por haberse abrazado al extremo del ala comunista de La Moncloa para seguir sobreviviendo. Pero ayer hizo otra ciaboga y redescubrió la socialdemocracia. La de su antecesor Felipe González. Porque lo que practica Zapatero, dedicado a justificar al dictador venezolano Nicolás Maduro, es otra cosa.

Sánchez hizo otra ciaboga y descubrió la socialdemocracia, la de su antecesor Felipe González

Pero el neosocialdemócrata vuelve a hacer trampas al solitario después de que González le hiciera el favor de acudir al congreso. Su presencia brindó una imagen de luces y sombras. El abrazo de Zapatero y González con Sánchez fue una imagen forzada de unidad en la que había puesto mucho empeño Ferraz, pero quedó deslucida en cuanto tomó la palabra el veterano líder. El mismo de quienes, meses atrás, habían renegado algunos de la joven guardia: «Escuchamos a nuestros mayores pero ahora nos toca a nosotros» (Adriana Lastra) o «el PSOE tiene que decirle ‘basta’ a Felipe González» (Eneko Andueza). Y Felipe habló. De su repugnancia por las tiranías (Venezuela) y de lo orgulloso que se siente del régimen del 78, el que quieren derribar desde Podemos. Y dejó un aviso: «La respuesta al neoliberalismo, que no sea el neopobrismo». Y no le aplaudieron.

Pero Sánchez ha conseguido la adhesión inquebrantable que necesita para afrontar los próximos retos electorales. Patxi López ya no le pregunta: «Vamos a ver, Pedro, ¿ sabes lo que es una nación?», y lo mantiene en la ejecutiva, aunque ya no para política autonómica. Y ha incorporado a Idoia Mendia en agradecimiento a los servicios prestados en Euskadi. Recupera a los barones, después de haberlos laminado, porque no hay notas discordantes. Todos los delegados aprobaron la ponencia de gestión de Santos Cerdán sin votación ni debate. Hasta el punto que Felipe González reclamó a Sánchez que estimule la libertad de expresarse críticamente.

Cierre de filas. Giro de la izquierda radical a la socialdemocracia. El 94% de los delegados aprobaron los cambios. Los que sean. Con una ejecutiva a la carta de Sánchez que necesita oír solo su voz. Que nada le turbe. No fue en Bulgaria sino en Valencia.