Miquel Escudero-El Correo

Nadie puede dudar de que equivocarse es de humanos. El asunto es saber rectificar y no pasar, por tanto, al engaño de defender los errores cometidos como algo prodigioso. La capacidad de manifestar un poco de rubor o de vergüenza es un buen indicador de la confianza que alguien puede merecer. Sin embargo, hay que ‘permitirse fracasar’ y no dejarse atenazar por un miedo cerval al fallo.

El filósofo de la ciencia Daniel Dennet confesaba que le había sido difícil permitirse fracasar (probablemente, estimulado por la altanera actitud de un entorno estirado), pero que al final lo había logrado y esto lo sentía como un ‘éxito personal’. Así, iba más libre y más abierto y esponjoso en la indagación de métodos e hipótesis. Esto es básico: disponer de margen para equivocarse y, llegado el caso, poder reconocerlo en clara conciencia. Ensayo y corrección. Es una idea y un modo de hacer que nos hace ganar seguridad y consistencia en nuestros planteamientos. Sería fundamental transmitírselo a nuestros estudiantes, a menudo apelmazados y apáticos.

Lo queramos o no, en la vida estamos rodeados de inconvenientes de todo tipo. Lo que importa es saber cómo ‘aprovecharlos’; es decir, asumirlos y a partir de ellos saber hacer lo mejor posible. A mi juicio, este es el arte de vivir que debemos encarnar y comunicar con pasión y tenacidad. Una transfusión de cultura, como diría Ortega, que esté orientada a todos y no dirigida a un circuito cerrado de intelectuales, más o menos encorsetados.

Lo que no sea cultivar lo razonable -por modestas que sean nuestras capacidades- abre el paso a la demagogia, que siempre es pretenciosa y que esclaviza fuerte.