- Los creadores del «lenguaje inclusivo» son los mismos que transicionan al negocio y a la catástrofe y se quedan impunes
Tenemos una vicepresidenta europea que antes fue ministra del mismo invento, que suena a lenguaje inclusivo y deja dos escenas recientes pavorosas para entender su inutilidad: la Dana valenciana y el apagón español, dos tragedias que tuvieron en el Ministerio de Andares Bonitos a un simple espectador.
En la primera, Teresa Ribera estaba fuera de España, transicionando a comisaria europea en algún Ventorro francés, con el radar que detecta mazones apagado para que nadie le recriminara nada, aunque nadie como ella había dado tanto la turra con las «catástrofes climáticas» que luego se comió.
Y en la segunda, antes de marcharse a Bruselas a vonderlayear como si no hubiera un mañana, dejó de herencia un sistema eléctrico inspirado en las enseñanzas de Greta Thunberg, que sabe tanto de la materia como servidor de la reproducción de pingüinos de Humboldt en cautiviad.
La política del momento se resume en la sorprendente promoción de la responsable, en compañía de otros incompetentes, de dos catástrofes previsibles y evitables en buena medida: en la vida normal, una cajera de híper que no cuadra las cuentas dos días seguidos, acaba en la calle. En su mundo, la incompetente en cuestión recibe por sanción un ascenso, para trasladar a Europa sus delirios españoles.
También le pasó a Zapatero, que tras quebrar el país y mentir con su déficit real, es hoy un brillante cónsul de las peores intenciones mundiales, con una patita en Venezuela, otra en Marruecos y una más en China que, por lo que sea, coinciden con sorprendentes volantazos diplomáticos de Pedro Sánchez en todos esos escenarios.
El caso es que la Transición Ecológica no previno los estragos de la Dana ni evitó un apagón que ha dejado en ridículo a España ante el mundo, donde se preguntan si el Tercer Mundo empieza en los Pirineos y si, en adelante, hay que meter en la maleta de turista unas velas para iluminarse y un rosario para invocar la ayuda divina, viendo que el Gobierno es más inútil que el retrovisor de una bicicleta estática.
Pero sí ha servido para elevar los impuestos en nombre de la salvación del planeta, para hacernos comer insectos, para crear una industria política del ecologismo y un looby del ramo de onerosos beneficios, para intervenir en la vida de los ciudadanos con excusas buenistas en realidad castrantes, invasivas y tan idiotas como pegar el tapón a las botellas de plástico, para satisfacción de oculistas y gabinetes de cirugía nasal.
El cambio climático es una evidencia científica, pero las causas que alega esta tropa y los remedios que impone no solo son discutibles, sino que además empiezan a parecer perniciosos: cuanto más pagamos por la luz, más expuestos estamos a apagones. Eso sí, Teresa Ribera es comisaria, aunque se comporte como un reo.