Jorge Martínez Reverte-El País

Históricamente, los partidos de izquierdas han sido siempre demasiado cuidadosos con los nacionalistas

Quizá la izquierda española tiene un problema para comprender la transversalidad. Eso podría explicar su timidez y, en ocasiones, su inoperancia ante grandes retos políticos como el que estamos viviendo en España por el llamado desafío catalán, que debería llamarse el desafío de los nacionalistas catalanes. El caso más reciente y llamativo es el de una formación tan joven como Podemos. Carolina Bescansa, una de sus líderes más conocidas, denunciaba a principios de esta semana que su partido se dirigía a los independentistas y muy poco a los españoles.

Esa bronca es muy similar a las que se producen constantemente en el PSOE, donde es muy difícil encontrar una postura definitiva que dure más de 24 horas en asuntos de nacionalismo. Por supuesto, es el caso de la penúltima posición marcada por la portavoz parlamentaria, Margarita Robles, que el miércoles no se parecía en nada a la posición inamovible expresada por los voceros de Ferraz para explicar su apoyo al Gobierno y su propuesta de aplicación del 155. Históricamente el PSOE, como también le sucedió al PCE, ha sido siempre demasiado cuidadoso con los nacionalistas. Unas veces para dar estabilidad a Gobiernos que no la tenían por falta de votos. Pero otras por ese complejo absurdo que es obra no solo de la astucia de los políticos nacionalistas, sino también de la herencia terrible del franquismo, que con su larga sombra convirtió en demócratas a gente que había sido capaz de las mayores traiciones. Por ejemplo, la del PNV en Santoña, durante la Guerra Civil, o la actitud derrotista de los nacionalistas catalanes, que dejaron a Manuel Tagüeña al mando de milicianos comunistas madrileños para defender la Barcelona que sus habitantes no defendieron. Pese a todo, los nacionalistas vendieron que fueron los mayores enemigos de Franco. Y siguen vendiendo que todo lo que huela a español es franquista. Y con bastante éxito.

Hoy asistimos a la postura equívoca de Podemos y las piruetas de los dos sindicatos de clase, CC OO y UGT, dando apoyo a una coalición imposible entre los antisistema de la CUP y las formaciones de masas de la burguesía catalana.

Al PSC toda esta política de duda le ha costado con los años convertirse en una formación catalana con muy pocas posibilidades de reconstruir su pasada hegemonía. Hay que reconocer esa falta de discurso, y la fortaleza del que han elaborado durante años los independentistas. Un discurso transversal, que ha implicado a todas las clases sociales catalanas. En esa pelea, el PP y Ciudadanos han sabido mantener un discurso que no es hegemónico, pero sí muy eficaz