Francesc Carreras- El País
Había que mostrar al mundo que era España quien aporreaba a Cataluña y no al revés
En los inicios de la autonomía catalana, Josep Pla fue presentado a Vidal y Gayolà, entonces consejero de Interior de la Generalitat. “¿Y a cuántos ha metido usted en la cárcel?”, le preguntó el escritor. “A nadie, señor Pla, yo no estoy para esto”. Con tono burlón y despreciativo, éste le replicó: “¡Ah! Entonces usted no es consejero de Interior ni de nada”.
Esto mismo podría decirse de las ideas del tristemente famoso señor Trapero, major de los mossos de la Generalitat. El viernes pasado se conoció su instrucción en la que advertía a sus subordinados que no usaran las porras para impedir el referéndum ilegal del día 1. Al principio parecía una ingenuidad del mando. Pero el domingo nos enteramos de algo mucho peor: Trapero había desobedecido la orden judicial de desalojar los colegios antes de las seis de la mañana. No estaba, pues, al servicio de la ley sino, por lo visto, de la organización que tan eficazmente supo ocultar y depositar urnas y papeletas en secreto. La deslealtad de Trapero y los suyos explica los acontecimientos. Veamos.
El derecho es fuerza legitimada por la ley y su aplicación puede llevarse a cabo en tres momentos: antes de que sea vulnerado un derecho mediante medidas preventivas, en el momento de la vulneración mediante medidas de coacción física o, una vez consumada la infracción, determinando las responsabilidades jurídicas y sus correspondientes sanciones. Las medidas decisivas para preservar el orden son las preventivas: garantizan mejor que ninguna el cumplimiento de los derechos y no precisan de especiales fuerzas coactivas.
Pues bien, estas últimas, las preventivas, fueron las medidas que los Mossos se negaron a llevar a cabo dando pie a que tuvieran que ser las fuerzas de seguridad del Estado quienes, en zona desconocida y hostil, a las 8 de la mañana y con colas en los locales, se enfrentaron a la tarea que la dirección de los Mossos se había negado a cumplir horas antes y en mejores condiciones. El objetivo era que el papel de represores quedara reservado a la policía española y la Guardia Civil. Había que mostrar al mundo que era España quien aporreaba a Cataluña y no al revés. El plan de los nacionalistas catalanes, sutil y perverso, salió a la perfección.
A pesar de que la Policía Nacional y la Guardia Civil mostró mucha contención y gran profesionalidad, estaban metidos en una emboscada. Alguna escena impactante que no reflejaba la realidad de lo que sucedía dio la vuelta al mundo y se consiguió lo pretendido: Cataluña sometida a la violenta España eterna. En el momento de escribir estas líneas no hay procesados, ni siquiera Trapero. Si Pla levantara la cabeza…