Victoria Prego, EL MUNDO 02/01/13
Los españoles demuestran en este sondeo de hoy que siguen siendo perfectamente capaces de distinguir entre el trato que merecen los ciudadanos de Cataluña y el que merecen sus dirigentes. Por eso tienen pocas dudas sobre la respuesta administrativa y legal a que se está haciendo acreedor Artur Mas pero la separan completamente de los compromisos y vínculos que, haga Mas lo que haga, el Gobierno debe seguir manteniendo con esa comunidad, con sus hombres y sus mujeres.
Queda claro que los españoles están dispuestos a actuar con cotundencia llegado el caso, pero no a embestir a ciegas a los trapos que los independentistas les enseñan cada día. Ni a los rojos ni a los negros.
No les entran al trapo rojo de los insultos que lanzan cuando repiten que el Estado «chupa la sangre» a Cataluña, una nueva versión gore -la de la España vampírica- de la ya más sobada, y tan ramplona, figura de la España ladrona. La gente quiere que Montoro siga ayudando a Cataluña porque sabe que, si no, muchos empleados públicos catalanes dejarían de cobrar sus nóminas y muchos servicios dejarían de prestarse a la sociedad.
Ni les entran tampoco al trapo negro con el que, buscando ofender a la opinión pública del resto del país y a mucha de dentro de su tierra, Artur Mas quiso hacer como que enterraba al jefe del Estado -que es la representación de la nación, es decir, de todos nosotros- en el acto de su toma de posesión como aparente nuevo presidente. Sólo aparente.
Qué más hubiera querido él que sus últimas agresiones, todas muy estudiadas, hubiesen sido respondidas desde el Gobierno o desde cualquier otra instancia, no importa cuál, con la máxima hostilidad posible, y mejor si hubieran incluido amenazas. Qué más hubiera querido él que poder salir al ruedo de su pueblo exhibiendo la taleguilla desgarrada para que los talibán de su tendido le sacaran a hombros por la puerta grande y él pudiera volver a levantar los brazos, cayado en mano, para oficiar de intérprete de la voluntat del poble. Como cuando creyó que podía.
Pero de momento, a este lado de la orilla, la única voz que se levanta, muy clara pero sin gritos, es para decir que no se albergan dudas de lo que hay que hacer si Mas, jaleado por su socio Junqueras, sigue empeñado en ir cogiendo velocidad para intentar romper la pared del edificio constitucional a cabezazos. Ése es el sentido que tienen las declaraciones de sus consejeros o esa baladronada rústica de anunciar al presidente del Gobierno que tiene seis meses para acordar con ERC-CiU una consulta secesionista que se va a celebrar en cualquier caso, haya acuerdo o no lo haya. «Sí o sí», dicen con deprimente vulgaridad.
Bien, pues ni así sale el toro a enganchar por la taleguilla al espontáneo. Otra cosa será cuando ya enfile la cabeza contra la pared.
Victoria Prego, EL MUNDO 02/01/13