Tras complacer a la gente, ahora toca ajustar las cuentas. Si hasta ahora el Gobierno había acometido la parte sencilla de la reforma de las pensiones, en adelante tendrá que concentrarse en la parte complicada. La primera consistía, básicamente, en garantizar su poder adquisitivo mediante el costoso compromiso de indexarlas al IPC. Un IPC que llevaba años estancado y que, de repente, se nos ha ido a las nubes. Hasta aquí todos contentos. ¿Todos? Sí, todos menos el déficit, pero es un pobre huérfano que carece de paladín que le defienda y por eso siempre pierde todas las batallas.
Además, la UE aceptó la primera parte de la reforma porque el Gobierno le garantizó que habría una segunda que compensaría el roto, en forma de mayores ingresos o menores gastos. Se trata de un terreno peligrosamente minado. Ni los pensionistas están dispuestos a aceptar la mínima merma de sus promesas, ni los sindicatos respaldarán cualquier medida que suponga un empeoramiento de las condiciones de acceso a la pensión de los trabajadores actuales. Por eso el ministro Escrivá navega en aguas procelosas, entre el lanzamiento de globos sonda -a ver cómo explotan-, las medidas poco concretas -para poder desdecirse si se reciben muy mal- y las promesas olvidadas, que nadie recordará.
Al final, parece que su idea consiste en concretar una de cada lado. Por el de los ingresos piensa subir la cotización máxima, que tras la contundente contestación de los empresarios completa ahora con el destope de la pensión máxima. No sé cómo quedará el saldo entre una y otra, pero está claro que la cotización máxima se paga hoy y la pensión máxima se percibe mañana. En estas feas cosas del dinero, el tiempo es una variable fundamental.
Por el lado de los gastos, anunció la extensión, hasta los 35 años, del periodo de cálculo de la pensión; y, ante la revuelta sindical que suscitó la idea, modera ahora el plazo, sin concretarlo, que será superior a los 25 actuales pero inferior a los 35 iniciales. Además, para facilitar la digestión, lo complementará con la posibilidad de eliminar del calculo los años con menores cotizaciones o con ausencia de ellas.
¿Servirá todo esto para colmar el desequilibrio de la Seguridad Social? Seguro que no, pero mientras tanto… vamos tirando. Ya sabe, ¡que se preocupe el siguiente!