Pedro J. Ramírez-El Español

Sólo por poder escuchar la magistral conferencia que Carmen Iglesias pronunció el martes sobre el sentido contemporáneo del valor de la libertad habría merecido la pena que EL ESPAÑOL cumpliera diez años y nuestra hermana mayor, la Universidad Camilo José Cela, veinticinco.

Fue una lección memorable, planteada como pórtico del ciclo coordinado por el rector Jaime Olmedo, en el que durante dos meses se tratarán diez aspectos de la “libertad en el siglo XXI”.

Baste mencionar que entre los conferenciantes figuran personalidades de la talla intelectual de Santiago Muñoz MachadoJavier GomáÁlvarez PalleteGonzález Trevijano, Nieves Segovia, Federico Linares o Luis Garicano para darse cuenta de la relevancia de esta puesta al día del concepto que define la plenitud del ser humano.

Cuando Carmen Iglesias comenzó a hablar el martes con su voz clara y serena de siempre, en el aula magna del campus de la calle Almagro se hizo el silencio de las grandes ocasiones. Así se percibe el magisterio.

Durante casi una hora, los que tuvimos la fortuna de estar presentes paladeamos cada una de sus reflexiones eruditas, cada una de sus denuncias y advertencias, como si se tratara de una experiencia mística. De una comunión de las mentes en torno a la trascendencia de defender la libertad “con vigilancia despierta”.

Al final, Cruz Sánchez de Lara resumió ese estado de ánimo compartido, diciendo que todos “nos sentíamos mejores”. Ese era mi caso y tuve la sensación de que también el de los demás.

Carmen Iglesias, directora de la Academia de la Historia, académica de la Lengua, autora de algunos de los mejores ensayos de las últimas décadas, activista en pro de los valores constitucionales en los momentos más difíciles del País Vasco y Cataluña, presidenta durante un lustro inolvidable de la editora de El Mundo, es sin duda la figura cumbre del pensamiento liberal contemporáneo.

Recomiendo a los lectores que lean la transcripción completa de su intervención. Pero no quiero dejar de facilitar la tarea a los más ocupados, seleccionando diez highlights -perdón por el anglicismo postmoderno- que golpearon como aldabonazos mi conciencia durante su lección memorable.

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1.- Sostiene Carmen Iglesias que “siendo los hombres libres e iguales por naturaleza, ninguno de ellos puede ser arrancado de esa situación y sometido al poder político de otros sin que medie su propio consentimiento”.

2.- Sostiene Carmen Iglesias que para “salvaguardar las libertades de los individuoss, proteger las reglas del juego y respetar al máximo un equilibrio de poderes, la política no debe ser un fin en sí misma”. Por lo tanto, “debemos evitar esa perduración de unos gobernantes que invaden el espacio de la sociedad civil e incluso el espacio privado de los ciudadanos con tal de perpetuarse”.

3.- Sostiene Carmen Iglesias que “no siempre el poder del pueblo garantiza la libertad y que la experiencia del siglo XX nos enseñó que la amenaza a la libertad puede a veces presentarse también bajo el ropaje de la legitimidad democrática, algo que conocemos directamente”.

4.- Sostiene Carmen Iglesias, invocando a su admirado y estudiado Montesquieu que “incluso la virtud necesita límites” y que por eso “los ilustrados desconfiaban profundamente de los salvadores de la patria” porque “para ellos no existían bellas almas por nacimiento”. De ahí que “no cabía juzgar por intenciones, sino por actos”.

5.- Sostiene Carmen Iglesias que por eso “Montesquieu prefería gobernantes mediocres en el sentido clásico, es decir, moderados, antes que espíritus iluminados que creen poseer la piedra filosofal para transformar el mundo según sus propias creencias o ideologías”.

6.- Sostiene Carmen Iglesias que “sabemos por las ciencias sociales lo fácilmente que la personalidad autoritaria florece en los ámbitos de miedo o corrupción” y que “lo inquietante es que los ciudadanos, fatigados o resignados, acepten como normal lo que antes habrían considerado inaceptable”.

Sostiene Carmen Iglesias que “asistimos a nuevas formas de intervención política que, aunque proclaman la libertad, se deslizan hacia la vigilancia y el control».

7.- Sostiene Carmen Iglesias que “asistimos a nuevas formas de intervención política que, aunque proclaman la libertad, se deslizan hacia la vigilancia y el control mientras los gobernantes elegidos en las urnas sortean los controles institucionales y actúan como si ese mandato legitimara cualquier intromisión en la vida privada, como si el poder fuera un pasaporte ilimitado para sus fantasías de transformación social”

8.- Sostiene Carmen Iglesias que “en este clima surge a veces una cultura del odio que exonera a los individuos de toda responsabilidad personal”, en la que “la fascinación por la fuerza lleva a justificar la aniquilación del otro no sólo en su presencia física, sino en su dignidad moral”.

9.- Sostiene Carmen Iglesias que “esa degradación comienza muchas veces con lo que podríamos llamar la mentira veraz, esa mentira que el fanático pronuncia creyendo en lo que dice y culmina en la destrucción, de los marcos jurídicos y éticos, en una radicalización acumulativa… Es la catástrofe de la libertad porque esta no ha sido utilizada para detener el mal, sino que rendida ante el miedo o la pusilanimidad se ha identificado con el delirio del poder y la fuerza”.

10.- Y sostiene Carmen Iglesias que “los dictadores temen a los escritores e incluso en las democracias el poder político tiende a desconfiar o sospechar del periodismo y de la escritura independiente. Por eso es tan importante siempre la defensa de la libertad de expresión, pivote de todas las libertades. Por eso la tarea del periodista, del intelectual, del ciudadano libre, es no dejarse arrastrar por esa pendiente y mantener la fidelidad a la verdad de los hechos”.

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Carmen Iglesias no necesitó recordar esta vez la advertencia de Benedetto Croce de que “toda historia es historia contemporánea”. Aunque de su boca no salió el nombre de ningún político en activo, todos captamos el impacto de sus reflexiones sobre el diapasón del presente.

Es verdad que, aunque el poder político lo ejerce en España desde hace siete años y medio Pedro Sánchez, las alertas frente al “fanatismo” de los “salvadores de la patria” reverberaban también sobre las conductas de los dirigentes de Podemos, Vox, Junts o Esquerra.

O que la referencia a la “aniquilación física y moral del otro” acompañará siempre a Bildu como un estigma imborrable por mucho que Mertxe Aizpurua pretenda darnos clases de memoria histórica, con el silencio obsceno del PSOE.

Pero nadie podía abstraerse al hecho de que la actual legislatura comenzó con una flagrante vulneración de los “límites” morales -la “autoamnistía”- “bajo el ropaje de la legitimidad democrática”.

Ni a la constancia de que está desembocando ahora en una “pretensión” de “perpetuarse” mediante la “invasión del espacio de la sociedad civil” y el fomento de una “cultura del odio” a rebufo del “miedo y la corrupción”.

Nadie podía abstraerse al hecho de que la actual legislatura comenzó con una flagrante vulneración de los “límites” morales —la “autoamnistía”— “bajo el ropaje de la legitimidad democrática”.

Por eso el holograma del presidente del Gobierno fue asomándose a los matacanes de la bóveda claustral y terminó flotando permanentemente sobre la sala.

Cada uno pudo captar la alusión que más percutiera en su conciencia. A mí me interesó especialmente esa referencia a la “mentira veraz” que he recogido en el penúltimo punto de ese decálogo.

Más de una vez me he preguntado si se cree Sánchez sus propias mentiras.

Como por ejemplo se creyó Aznar, y acaba de insistir en ello en un programa de televisión, que ETA había cometido la masacre del 11-M.

O como por ejemplo se creyó Zapatero que “dentro de un año vamos a estar mejor que hoy”, la víspera de que los terroristas volaran el parking de la M-30.

Serían dos casos de “mentiras veraces” en los que la ignorancia no absuelve políticamente a quienes las difunden, pero sí les justifica éticamente. Falta la intención de engañar que según San Agustín convertía a quien faltaba a la verdad en mentiroso.

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El diagnóstico es más peliagudo cuando atañe a compromisos públicamente adquiridos. ¿Mentían “verazmente” Felipe González cuando decía que convocaría un referéndum para sacar a España de la OTAN o el propio Aznar cuando prometió desclasificar de inmediato los papeles del CESID sobre la guerra sucia?

Sánchez no tiene un proyecto para mejorar España, pero tiene un proyecto para dominarla “sin fecha de caducidad”.

Ellos mismos entendieron que su situación era paradójica y que estaban en deuda con los electores. Por eso trataron de saldarla. El uno manteniendo el referéndum y admitiendo que su posición había cambiado. El otro renunciando a refugiarse en la trinchera de los actos políticos y sometiéndose al dictamen de un tribunal administrativo.

Ninguno de ellos invocó la infame doctrina de que las circunstancias políticas, menos aun el cambio de mayoría parlamentaria, engendra un “estado de necesidad” -el de su propia permanencia en el poder- que permite que lo que alumbre la mentira sea nada menos que una “virtud”.

Eso es César Borgia, o sea Maquiavelo, en su versión más cínica y descarnada.

Hasta hace poco yo pensaba que muchas de las mentiras de Sánchez también eran “veraces”. Es decir que en 2015 cuando se presentó bajo aquella enorme bandera española y dijo que “nunca” pactaría con Bildu, él lo creía. O que en 2019 descartaba gobernar con Podemos porque estaba convencido de que al final Ciudadanos aterrizaría en la realidad y acordaría su investidura.

Incluso cuando en 2023 prometía traer a Puigdemont preso y rechazaba la amnistía podía estar sumándose a la posición mayoritaria de la sociedad, sin imaginar un resultado tan improbable como el de que Junts tuviera la llave de la investidura.

No es que Sánchez sea un mentiroso compulsivo, sino que la “veracidad” le ha resultado siempre indiferente.

Pero las revelaciones que publicamos hace mes y medio demostrando que Sánchez inició su carrera política como concejal con un programa que hacía de la lucha contra la prostitución una prioridad, mientras familiarmente se beneficiaba de ella, me han hecho cambiar de opinión.

Me han ayudado decisivamente a entender la metamorfosis de su “necesidad” en “virtud”.

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No es que Sánchez sea un mentiroso compulsivo, sino que la “veracidad” le ha resultado siempre indiferente.

Le obsesiona, en cambio, la verosimilitud de lo que dice como forma de captar votos y voluntades. Por eso dedica tantos esfuerzos a controlar el relato mediante las encuestas manipuladas del CIS, los datos manipulados del paro, el PIB y la inflación o las noticias manipuladas de RTVE y otros medios afines.

Sánchez no tiene un proyecto para mejorar España, pero tiene un proyecto para dominarla “sin fecha de caducidad”.

Su figura representa el apogeo de las reflexiones de Foucault sobre lo “monstruoso verosímil”. Y no cabe menospreciar el riesgo que entraña porque ha demostrado ser capaz de operar dentro del sistema a la par que lo desborda. En esa ambigüedad está el peligro de la “catástrofe de la libertad”.

Por eso me parece crucial que los senadores del PP que vayan a interrogarle el jueves en la comisión sobre la corrupción tengan muy en cuenta la cita de las “Instrucciones a los sirvientes” de Jonathan Swift que Carmen Iglesias incluyó en su conferencia:

“Cuando hayas cometido una falta, muéstrate siempre insolente y descarado y compórtate como si fueras la persona agraviada. Eso minará de inmediato la moral de tu amo o señora”.

Claro que eso implicaría recordarle que un gobernante democrático no es sino un “sirviente” con contrato temporal y que el único amo es el interés general reflejado en la legalidad y los valores constitucionales.

Ojalá sean capaces de ponerle en su sitio.