Ignacio Camacho-ABC
- Aldama es el enlace de una trama de escándalos encadenados que amenaza al sanchismo con un panorama de estragos
Sobre el Gobierno que llegó en una moción de censura contra la corrupción está cayendo una tormenta de barro. Moncloa puede enviar a una endeble portavoz para inmolarse leyendo bochornosos argumentarios, pero cada mañana descarga un nuevo chaparrón y no hay laboratorio de consignas capaz de dar abasto a tanta producción de relatos falsos. En cada informe policial o judicial aparecen más ministerios relacionados y el propio presidente tiene bajo sospecha a su entorno familiar más inmediato. El núcleo del turbión es el caso Koldo, que en realidad se trata del caso Ábalos, la trama surgida alrededor del hombre que presentó aquella moción y negoció los apoyos parlamentarios. Pero como en esos trenes de borrascas que suele citar la Aemet, los temporales vienen encadenados y los casos se funden unos con otros amenazando con dejar un panorama de estragos. El sanchismo está en pánico. Hasta ahora ha podido controlar los daños pero se empieza a hacer difícil la tarea de poner al líder a salvo.
Las intervenciones de teléfonos y de correos electrónicos se han convertido en bombas de racimo. Implican a mandos de la Guardia Civil, a directivos de empresas públicas, a proveedores de servicios, y recogen charlas comprometedoras sobre decisiones estratégicas del Consejo de Ministros. La asombrosa provisión de terminales móviles ‘seguros’, a prueba de barridos, sugiere la necesidad de mantener en sigilo los movimientos de comisionistas y políticos. No debieron de funcionar bien cuando la investigación detecta tráfico de licencias operativas, intercambio de información confidencial, advertencias sobre pesquisas de Hacienda, prebendas en forma de cesiones de chalets y pisos. El suplicatorio contra Ábalos está al caer porque ya hay más evidencias que indicios, y el Congreso tendrá que aceptarlo con el consiguiente coste para el Ejecutivo, que aún confía en la ‘omertà’ del antiguo hombre fuerte del partido.
Ábalos callará, probablemente. Casi todos callan. Hasta Bárcenas se replegó en su amago de tirar de la manta. El problema se llama Víctor de Aldama, el «nexo corrupto» según la UCO, el factor común de todos los escándalos, el perejil de todas las salsas. El que vendió las mascarillas, el que estaba con Delcy, Koldo y Ábalos la noche de Barajas, el cobrador de Air Europa en Venezuela, el muñidor en la sombra de la ayuda millonaria a Globalia. El que consiguió patrocinios para el Africa Center de Begoña Gómez y se las apañaba para coincidir con ella, de la mano de Javier Hidalgo, en reuniones de negocios y viajes. El que, el mismo día que Gómez e Hidalgo se veían en secreto, menciona a Sánchez –«el 1»– cuando informa a su jefe de la reunión decisiva sobre el rescate. El que ya está en la cárcel, sin fianza, acusado de fraude contable. El que tiene en su mano la posibilidad de hacer que el ciclón amaine… o que se lleve todo por delante.