Pedro Chacón-EL CORREO
- El episodio en la línea Asturias-Cantabria revela el nerviosismo preelectoral
El caso de los trenes destinados a Cantabria y Asturias me da a mí que ha sido más propicio para excitar los ánimos del personal, en todos los órdenes, empezando por el de los simples chascarrillos, que el perjuicio real que ha podido ocasionar a sus potenciales afectados. Porque un tren que no pueda entrar por un túnel o se quede atrapado dentro de él pertenece más al ámbito de la imaginación que al de la racionalidad técnica. Accidentes ferroviarios ha habido por choque, descarrilamiento, incendio, pero no porque un túnel sea bajo o estrecho. Es la imagen perturbadora, como se dice ahora de algunas películas, y que nos provoca esa posibilidad, la que se traduciría en nuestro subconsciente (si es que Freud tenía razón) en metáfora de la disfuncionalidad sexual o en pesadilla por angustia o ansiedad, del tipo de las que no te puedes mover atrapado en una sima.
En el orden político, el fiasco vendría a sumarse a una deriva final de un Gobierno que más que de coalición, como ha dicho alguno, es ya de colisión: dos bloques, cada uno por su lado, y el presidente intentando solucionar lo que hacen los del otro bando: sea la ley del ‘solo sí es sí’ o la de universidades (LOSU), que está próxima a aprobarse y muchos vaticinan también como desastrosa.
Lo extraño del tema de los trenes es que haya saltado ahora a los medios cuando parece que el problema ya se conocía al menos desde hace año y medio, según diversas fuentes. Una empresa solvente como CAF no es pensable que lo haya aireado. Más bien tiene pinta de que haya sido alguien de dentro del Ministerio de Transportes, no precisamente afecto al Ejecutivo de Pedro Sánchez.
Y lo más llamativo que ha dejado la pifia, ya que la demostración de amor indeclinable de Miguel Ángel Revilla por su querida Cantabria se daba por supuesta, ha sido el afán expeditivo de la ministra de Transportes, Raquel Sánchez, a la hora de buscar chivos expiatorios y satisfacer así los lamentos del regionalista cántabro, que exigía que rodaran cabezas.
Vaya imagen la de estos dos dirigentes, exigiendo uno y defenestrando la otra a dos de sus directivos y erigiéndose ambos en una suerte de políticos justicieros, desconfiando de sus subalternos, practicando una justicia ejemplarizante y en caliente, más al estilo del siglo XI que del XXI. Y todo ello, según dice la ministra, mientras una auditoría encuentra al culpable de la impericia. ¿Pero no deberían ser los políticos los responsables primeros?
Unos políticos que, por definición, no tienen la más mínima noción técnica de nada se permiten, adoptando una actitud indignada, suponer que tienen subordinados ineptos y que un fallo así exige una sanción ejemplar de cara a la ciudadanía, sedienta de justicia. Cuando resulta que nuestras infraestructuras ferroviarias son punteras a nivel mundial y la ciudadanía, en general, prefiere tomarse la cosa por el lado lúdico, fijándose mucho más en la metáfora que representa el tren que no puede entrar por el túnel.
Da como pereza tener que ocuparse de unos políticos que han ofrecido una demostración palpable de cómo está el panorama en España en estos momentos, tanto a nivel nacional como autonómico: todo el mundo nervioso, con la calculadora en la mano de cara a las inminentes elecciones, para ver quién vende mejor su producto, y sin preocuparse de si se pasan de sobreactuación demagógica y populista, como es el caso. Es una pena, en cambio, que no podamos dedicar más que unas líneas finales a recordar a los dos verdaderos protagonistas de este chusco episodio -el túnel y el tren-, auténticos símbolos de la modernidad, con una capacidad metafórica y alegórica inmensa. De hecho, ha sido esa potencia simbólica del episodio la que lo ha catapultado en redes sociales, mucho más de lo que merecían quienes lo han protagonizado.
Una curiosidad: la palabra ‘túnel’, de origen francés, se aplica por primera vez para el transporte de viajeros al paso subfluvial bajo el Támesis, inaugurado en 1843 en Londres, tras 18 años de trabajos, primero habilitado para diligencias y luego, desde 1869, para trenes. Sería el precursor del ahora proyectado aquí por la Diputación para atravesar la ría entre Getxo y Sestao. Y la imagen del tren con el túnel, consiga o no atravesarlo, resulta alegórica de un gran catálogo de actividades humanas de orden biológico, tanto circulatorias, como digestivas o sexuales. Además, el tren es el símbolo por antonomasia del progreso; el túnel, en cambio, tiene más potencia como metáfora de orden emocional y psicológico, y ambos, juntos o por separado, presentan amplios recorridos tanto literarios -incluidos filosóficos- como cinematográficos. De pelis con tren y túnel me pido ‘Con la muerte en los talones’, con Cary Grant y Eva Marie Saint; en concreto, la escena del camarote.