ABC 13/03/14
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· Los acontecimientos del 11, 12 y 13-M demostraron el grado de corrupción moral que puede provocar el terror
Ni siquiera los propios terroristas que preñaron de muerte los trenes madrileños aquel 11 de marzo de 2004 podían imaginar que harían tanto daño a España como lograron causarle. Por elevadas que fueran sus expectativas, la realidad las superó con creces. Y no solo por el trágico balance de víctimas de esos atentados despiadados, sino porque esa siembra maldita germinó en forma de infamia que en buena medida aún perdura.
Tal día como hoy, 13 de marzo, hace exactamente diez años, los españoles de bien, la inmensa mayoría, tratábamos de reponernos de un golpe brutal que amenazaba con paralizarnos. Otros, tan escasos en número como influyentes a ambos lados del espectro político, buscaban el modo de aprovechar en las urnas los 192 muertos abrasados en esos trenes y, con ellos, el estupor y la rabia que atenazaban a la sociedad española. Si la autoría era de ETA, el beneficiario sería el PP. Si se trataba de yihadistas, el PSOE daría la vuelta a los sondeos que le auguraban otra derrota. Así de rastrero era el cálculo que se hacía en ciertos despachos del poder.
Tal día como hoy, 13 de marzo, hace diez años, miles de madres, padres, hijos y hermanos lloraban a sus seres queridos fallecidos o gravemente heridos en el ataque y se preguntaban por qué. Por qué esa masacre. Por qué les había tocado a ellos, siendo como eran inocentes. La misma pregunta que se han formulado todas las víctimas del terrorismo desde que existe esta lacra. La respuesta era y sigue siendo que no hay porqué. Que no existe razón que explique semejante barbarie inicua ni causa o pretexto que la justifique. Que la única defensa posible de una nación agredida de ese modo es plantar cara al terror unida en torno a su dignidad colectiva y a sus principios, sin abrir flancos de división a quienes tratan de quebrarla. Lo que hizo en España toda la izquierda en bloque, incluido el Partido Socialista entonces en la oposición, fue exactamente lo contrario: culpar al Gobierno del atentado, al grito de «vuestra guerra, nuestros muertos», acusándolo de haber provocado la matanza con la decisión de enviar tropas a Irak. Es decir, hacer el juego a los terroristas.
Tal día como hoy, 13 de marzo, hace diez años, el electorado vivía una jornada supuestamente destinada a reflexionar sobre el sentido del voto que debía emitir el 14 en las elecciones generales. Una jornada en la que la ley impide la celebración de actos políticos. Las sedes del Partido Popular fueron rodeadas por manifestantes que llamaban «asesinos» a los militantes que entraban o salían de ellas. Las Fuerzas de Seguridad dejaron hacer, ante la imposibilidad de parar semejantes mareas. La Junta Electoral dio por buenos los comicios. Zapatero se impuso por la mínima y tardó cinco semanas, cinco, en sacar a nuestros soldados de Irak, por la puerta de atrás, para vergüenza de este país y de los hombres y mujeres obligados a dejar tirados a sus compañeros desplegados allí bajo otras banderas.
Aquellos 11, 12 y 13 de marzo de 2004 fueron días de infamia y abyección. Días cuyos acontecimientos demostraron el grado infinito de corrupción moral que puede llegar a provocar el terror; la vileza que habita en algunas personas y colectivos dispuestos a servirse de lo que sea con tal de alcanzar sus objetivos.
Quisiera creer que hemos aprendido la lección, pero la verdad es que no lo creo. Basta observar a nuestros dirigentes para concluir que, si se produjera de nuevo un atentado como aquel, volveríamos a presenciar similares conductas. España está resquebrajada y eso la hace vulnerable. Ahí radica el principal peligro.