Tres frases y dos corolarios

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 06/02/14

Joseba Arregi
Joseba Arregi

· Leído en un artículo de Juanjo Álvarez publicado en estas mismas páginas hablando del nuevo estatus vasco: «No se trata de reivindicar por reivindicar, sino de demostrar que nuestro desarrollo orgánico como nación, como ‘pueblo vasco’ (en los términos del vigente artículo 1º del Estatuto de Gernika) es un derecho (nuestro) y un deber (del Estado), y ha de suponer la base de un nuevo Concierto Político».

Dejemos de lado los términos ‘orgánico’ y ‘nación’ y fijémonos en la relación que establece entre nosotros como nación, titulares de un derecho, y el Estado, sujeto de una obligación, de un deber, se supone que de satisfacción de ese derecho. El pueblo vasco posee un derecho que el Estado está obligado a satisfacer. La relación entre ambos sujetos es radicalmente asimétrica: en un lado se asienta el derecho, en el otro la obligación de satisfacerlo.

No es verdad, según esta idea, que la relación de Euskadi con el Estado sea de pacto, no es verdad que el nacionalismo vaco sea pactista, no es verdad que se busque el compromiso. No. Las líneas citadas lo expresan con claridad: nosotros, la nación, poseemos el derecho, y el Estado tiene el deber de cumplir con ese derecho. Lo verdaderamente grave de esa idea no radica en la asimetría negadora de pacto que implica. Lo malo de esa frase radica en que, si el pacto con el Estado es necesario porque, siendo la sociedad vasca estructuralmente plural es necesario un pacto interno a la sociedad vasca, según la idea expresada en ella si la relación con el Estado es asimétrica, también lo debe ser la interna. En el seno de la sociedad vasca existe un nosotros, los nacionalistas, sujetos de un derecho, y existe un otro, los no nacionalistas, sujetos de un deber, obligados a satisfacer el derecho de los nacionalistas. Ciudadanos vascos de primera, ciudadanos vascos de segunda, unos con derechos, otros con obligaciones.

Leído también en los medios de comunicación: el miembro de ETA ‘Txeroki’ dice al tribunal que le juzga que «no le autoriza a juzgar a los vascos». El tribunal juzgaba a un miembro de ETA. Éste se arroga la representación de todos los vascos al decir que el tribunal no está autorizado a juzgar a los vascos, cuando en realidad iba a juzgar a un vasco no por ser vasco, sino por ser miembro de ETA y acusado de cometer delitos de sangre. Ya es grave que como miembro de ETA se arrogue la representación de todos los vascos.

Pero ¿qué es lo que realmente rechaza ‘Txeroki’ con su desautorización? No rechaza un tribunal español, no rechaza a España –todo eso es bien conocido–. Lo que está rechazando es la posibilidad de someter el ejercicio del terror llevado a cabo por ETA al derecho universal traducido en leyes concretas. Está rechazando el imperio del derecho, está rechazando el tribunal que le juzga, el sistema judicial español, el sistema de derecho que impera en todos los Estados democráticos constitucionales, porque su voluntad de recurrir al terror está por encima de todo derecho y no puede estar supeditada al imperio del derecho, porque su voluntad de defender un proyecto político que incluye necesariamente el terror está por encima de todo derecho.

¿En qué se tendría que re-insertar el terrorista ‘Txeroki’? En aquello que niega, en aquello que rompe, en aquello que daña radicalmente: el Estado de derecho, el imperio del derecho, en el bien público de la convivencia en libertad procurada y garantizada por el derecho y destrozado por el terror. Todo lo demás es secundario.

Los medios han reproducido también una tercera frase, ésta pronunciada por Artur Mas en la ceremonia inaugural de las conmemoraciones del 1714 catalán: «Nos encontramos a medio camino hacia el infinito». El medio del camino hacia el infinito indica un lugar en ninguna parte, es un lugar inexistente, imposible, es un nolugar. Lo que en realidad dice Artur Mas es que él y los nacionalistas que dirige se encuentran perdidos en el universo infinito.

Es sabido que encontrarse en un lugar que no existe, a medio camino hacia el infinito, es la fuente de una melancolía insuperable: la meta es inalcanzable, el camino no tiene meta, no conduce a ninguna parte, es un sinsentido. La pregunta es: ¿cómo puede aguantar una colectividad esa melancolía sin perecer en el intento, sin caer en la depresión más profunda, sin caer en la locura? La respuesta se encuentra en las balanzas fiscales, en el discurso de que España roba a los catalanes, en el bienestar que sería de los catalanes si España no se llevara indebidamente su riqueza.

Los nacionalistas catalanes superan los peligros de la melancolía de caminar hacia una meta inexistente reclamando un bienestar que les es debido por España, mientras que los nacionalistas vascos superan la melancolía con pragmatismo y moderación porque ya gozan de ese bienestar por la razón opuesta.

Primer corolario: el plan de paz del Gobierno vasco plantea la necesidad de incluir en el futuro a las cuatro sensibilidades que se dan en la sociedad vasca. Incluir es la clave. Pero, ¿incluir en qué? ¿Qué es lo que delimita el perímetro que marca la inclusión? No se dice, no se concreta. La inclusión debiera suponer aceptación del mínimo necesario para convivir en libertad: la aceptación del Estado de Derecho que es lo que procura y garantiza esa convivencia en libertad, el único fundamento de la paz.

Segundo corolario: alguien puede decir que el perímetro que marca la inclusión son los derechos humanos. El derecho a la vida, no matar, no usar medios violentos, porque en ausencia de violencia todas las ideas son igualmente legítimas. Pero esto es falso: el derecho a la vida, si ésta debe ser humana, significa una vida cualificada, y cualificada por la libertad. Significa por lo tanto libertad de conciencia, libertad de opinión, libertad de identidad. Estos son los derechos fundamentales de cualquier constitución democrática. ¿Será éste el perímetro que define la inclusión para el futuro político vasco?.

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 06/02/14