FERNANDO REINARES-EL PAÍS

  • En el vigésimo aniversario de la matanza, conviene recordar que los autores no fueron solo delincuentes locales y que no actuaron de manera independiente, sino en conexión con una estrategia más amplia de Al Qaeda para vengarse por la guerra de Irak

Cuantos dan por descontado que los atentados del 11 de marzo de 2004 fueron perpetrados por yihadistas están sin lugar a duda en lo cierto. Pero incluso entre ellos son frecuentes, dos décadas después, algunas inexactitudes en el conocimiento de detalles importantes acerca de quienes perpetraron la matanza en los trenes de Cercanías. Es probable que esto obedezca a que la evidencia en torno a los terroristas no se limitó a las averiguaciones policiales contenidas en el procedimiento judicial sobre el caso, sino que ha podido ser ampliada con posterioridad gracias a los resultados de la investigación académica.

Tres de esos errores son especialmente relevantes. En primer lugar, el de pensar que los atentados del 11-M fueron obra de un conjunto de delincuentes comunes dedicados al tráfico de droga que se radicalizaron en el contexto de la guerra de Irak. En segundo lugar, el de dar por bueno que los terroristas del 11-M constituían una célula de tipo independiente, inspirada por Al Qaeda, pero sin conexión directa con el mando de la organización yihadista. En tercer lugar, y en buena medida debido a esas dos ideas previas, el de creer que la responsabilidad por la matanza del 11-M solo fue reclamada por los individuos que la prepararon y ejecutaron.

Sin embargo, no es exacto que el atentado fuese obra de unos delincuentes comunes dedicados al tráfico de droga y radicalizados por la guerra de Irak. Es cierto, sí, que entre los terroristas hubo al menos 10 marroquíes que tenían en común ese perfil criminal y estaban enardecidos por la participación española en la contien­da iraquí, entre los cuales se encontraba su cabecilla, Jamal Ahmidan, al que se conocía como El Chino. Pero esos individuos constituyeron solo el último e imprevisto de los tres componentes que tuvo la red que perpetró los atentados y no debe confundirse este componente con el entramado terrorista en su conjunto.

El primer componente de la red del 11-M se configuró a partir de exmiembros de la célula de Imad Eddin Barakat Yarkas, conocido como Abu Dahdah, desmantelada policialmente en noviembre de 2001. Son los casos de Serhane Ben Abdelmajid Faked, El Tunecino; Said Berraj y Jamal Zougam, radicalizados antes de ese año y decididos a vengarse de España por dicha operación antiyihadista. Estos incorporaron a otros como Allekema Lamari, que estaba en busca y captura y era exmiembro de una célula del Grupo Islámico Armado desarticulada en Valencia en 1997. Al tiempo, establecieron vínculos con Rabei Osman El Sayed, el conocido como Mohamed el Egipcio, y sus allegados. El segundo componente lo introdujo el Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM) a partir de las estructuras que conservaba en Bélgica y Francia, sumando media docena de individuos, cuatro de ellos residentes en el sur de Madrid.

Aunque la red del 11-M no se redujo a un grupúsculo local de delincuentes marroquíes radicalizados, el concurso de estos fue fundamental para financiar los planes, obtener los explosivos y ejecutar los atentados de Madrid con el alcance y la letalidad que ambicionaban. Sus capacidades se conjugaron con la de individuos que habían recibido entrenamiento terrorista en Afganistán, como Berraj y Lamari.

Tampoco es exacto que los terroristas del 11-M constituyeran una célula independiente, solo inspirada por Al Qaeda. Existió una conexión, si bien no desde el principio. Cuando en marzo de 2002 se inició el proceso de movilización yihadista que ensambló la red que acabaría atentando en Madrid, los exmiembros de la célula de Abu Dahdah que empezaron a reunirse seguían las instrucciones que conseguía hacerles llegar desde Pakistán otro exmiembro de la misma célula. No era uno más, sino uno muy especialmente destacado, que tampoco pudo ser detenido en noviembre de 2001 porque se encontraba temporalmente en Irán, atendiendo asuntos relacionados con el flujo hacia Afganistán de yihadistas captados en España. Era Amer Azizi.

Azizi, también marroquí, es quien adoptó la determinación de atentar en España. En ese momento, diciembre de 2001, era alguien que acababa de perder la célula con la que Al Qaeda contaba en España desde 1994 y a la cual había pertenecido hasta el mes anterior. Pero a lo largo de los dos años y tres meses que trascurrieron entre la decisión de atentar en España y el 11-M, la situación de Azizi cambió sobremanera. En 2003, dejó de ser un mero incitador de sus afines en Madrid para que preparasen un atentado y pasó a convertirse en el conducto entre el mando de operaciones externas de Al Qaeda y la red del 11-M.

El directorio de Al Qaeda en Pakistán hizo suyo el proyecto ideado por Azizi cuando los preparativos de la red terrorista en Madrid encajaban, en el contexto internacional de la guerra en Irak, en la estrategia general de la organización yihadista. El 18 de octubre de 2003, siete meses después de iniciada la contienda iraquí, Osama bin Laden, entonces todavía líder de la organización terrorista Al Qaeda, señaló públicamente a España como país donde atacar en represalia por su presencia militar en Irak.

Y no es exacto, finalmente, que del 11-M solo tengamos comunicados de los propios terroristas atribuyéndose la autoría de los atentados. Es cierto que los integrantes de la célula operativa local en Madrid divulgaron dos mensajes. Uno en la tarde del 13 de marzo y el segundo en la mañana del 3 de abril, aunque el 27 de marzo grabaron en vídeo otro que no hicieron llegar a la prensa. Pero a esos yihadistas basados en Madrid no les correspondía difundir ese tipo de misivas, como se deduce del modo apresurado y técnicamente tosco como las elaboraron.

En una ocasión lo hicieron poco después de que el entonces ministro del Interior, Ángel Acebes, compareciese sosteniendo que la investigación apuntaba a ETA y horas antes de abrirse la jornada electoral para insistir en que habían atacado en Madrid dos años y medio después de, en alusión al 11-S, “las benditas conquistas de Nueva York y Washington”. Se sabe que seguían las noticias a través de sus ordenadores. En la otra ocasión se trató de un texto manuscrito, remitido por fax al diario Abc, en el que se anunciaba la suspensión de una tregua que los terroristas de Madrid no habían declarado.

Ahí residía la clave: los yihadistas del 11-M hacían referencia, para advertir de que sus planes terroristas continuaban, a la tregua que había sido declarada por Al Qaeda el 18 de marzo, en el segundo de los comunicados que emitió tras el 11-M. A todo esto, ¿qué dijo Al Qaeda en su primer comunicado, remitido al mismo diario londinense en lengua árabe que era receptor preferente de sus proclamas desde 1996 y donde se autentificó? Al Qaeda no solo asumió la responsabilidad de los atentados de Madrid, sino que, además, los justificó como castigo a “uno de los pilares de los Cruzados y sus aliados” y como “parte de un ajuste de viejas cuentas”.

En suma, al conmemorar el vigésimo aniversario de la matanza en los trenes de Cercanías, quepa resolver, en honor a la verdad sobre lo entonces ocurrido, esas tres ideas equivocadas sobre los terroristas del 11-M.