Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 9/11/11
Un joven de mi pueblo al que, desde el momento de su mismo nacimiento, la ruleta de la vida le repartió peores números de los que tocarían en suerte, por ejemplo, a Rubalcaba y a Rajoy, sufría un día las chanzas, algo crueles, de un amigo a cuenta de la derrota que había sufrido el conjunto de sus amores a manos de otro al que todo el mundo le otorgaba de partida escasas posibilidades de ganar: como es obvio, hablo de fútbol. El joven salió al quite, sin embargo, con una reflexión definitiva: la de que «non hai inimigo pequeno».
De haberla tenido en cuenta, Rubalcaba se hubiera ahorrado el lunes un sonoro revolcón. Pero la soberbia convicción de que sus habilidades dialécticas estaban a una distancia sideral de las de su contrincante le llevaron a pensar que podría centrar el debate en contrastar sus proyectos con los que los socialistas le atribuyen al PP como si Rubalcaba no hubiera jamás cascado un huevo. Tras la lección de los tropezones a los que conduce la soberbia, esa fue la segunda enseñanza de una noche aciaga para el candidato socialista. Y es que creer que quien ha sido miembro de un Gobierno que deja una herencia desastrosa (en economía, política autonómica y política exterior) puede pasar por un debate electoral sin rendir cuentas de lo que ha hecho y dejado de hacer durante cuatro largos años es sencillamente un espejismo.
Al igual que la primera lección tiene mucho que ver con la segunda, esta está, a su vez, relacionada con la tercera con una meridiana claridad: la demagogia es un recurso insuperable en esos mítines en los que puede uno decir lo que le pete sabiendo de antemano que no obtendrá sino el rugido de aprobación de los incondicionales. Pero cuando se debate cara a cara con un adversario que no es tonto -y suponer que lo es lleva a lo que lleva- es temerario criticar los supuestos recortes que van a hacer tus oponentes cuando tú has recortado de lo lindo; y es suicida prometer que vas a hacer lo contrario de lo que has hecho tan solo tres o cuatro meses antes, proclamando que era lo único posible.
Que en la carrera del lunes Rajoy salía sin más peso que el de las medallas que le otorgan los sondeos y Rubalcaba con un saco de cinco millones de parados a la espalda era algo tan obvio que resulta increíble esa ciega confianza que llevaba al segundo a pensar que su gran oportunidad sería un debate en el que, al fin, acabaría por cometer todos los errores que podía cometer, mientras Rajoy le dejaba meterse en todos los charcos que el líder socialista iba abriendo para el líder del PP. Por eso, y por primera desde que hay debates en España, tras el del lunes, todos los periódicos y todos los sondeos de opinión daban un mismo ganador y un mismo perdedor. Nunca había sucedido y es poco probable que vuelva a suceder.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 9/11/11