MIQUEL ESCUDERO-EL CORREO

Permitirse ser injustos con los demás es un vicio que echa a perder lo mejor de la vida: la disposición amable. De este modo, damos paso a un mecanismo de ideas infecciosas y binarias (la distinción pueril de buenos y malos). Nos liberamos de la carga de los errores, pues no existen para nosotros o, en todo caso, somos tan benevolentes con los amigos como malevolentes con los ‘otros’. Ni la verdad ni el contexto importan lo más mínimo.

La insistencia en supuestos negativos que no admiten discusión nos lleva a bloquear el tránsito de ideas y a instalar el tribalismo en nuestras vidas. Aislados en una burbuja, solo se acepta la información que deforma, o excluye, los puntos de vista diferentes a nuestros gustos. Y a partir de ahí se elabora lo que conviene a nuestra teoría inamovible.

A punto de cumplirse un siglo de la marcha sobre Roma de Mussolini, Giorgia Meloni ha ganado las elecciones en Italia, multiplicando por seis su número anterior de votos. Militó en el neofascismo, si bien la situación actual no tiene que ver con el umbral de esa época. Sin embargo, el tono agrio y feroz empleado contra Macron es desasosegante. Asimismo, parece que ha expresado su intención de eliminar la fiesta nacional del 25 de abril, que celebra la liberación italiana de la bota nazifascista. En cualquier caso, conviene no echar leña al fuego.

Con la idea de ‘salvar a América’, una masa de exaltados trumpistas asaltó y ocupó el Capitolio de EE UU, querían evitar a toda costa que se certificara la victoria de Biden. Conectaban con el movimiento xenófobo que, dos siglos antes, promovió «América para los americanos». Tribus en guerra.