Isabel San Sebastián-ABC

  • El Gobierno, que no ha tocado su sueldo ni el de sus enchufados, se dispone a esquilmar a los autónomos

En estos tiempos de vacas escuálidas, los españoles sostenemos al Gobierno más elefantiásico de nuestra historia: cuatro vicepresidencias y veintidós ministerios, con sus correspondientes constelaciones de enchufados, ‘asesores’, tiralevitas, aduladores, correveidiles y demás fauna parasitaria adaptada para medrar en el ecosistema de la política a costa del contribuyente. Y eso, por hablar únicamente del Ejecutivo central. Sumen ustedes comunidades autónomas, diputaciones y ayuntamientos…

Desde el arranque de la pandemia, mientras sectores claves de nuestra economía se han hundido, millares de trabajadores se han ido al paro y quienes conservan su puesto lo han logrado, a menudo, a costa de sufrir dolorosos recortes en sus remuneraciones, la Administración no ha dado ni una sola muestra de austeridad. ¡Ni una! El ejemplo

de lo público ha brillado por su ausencia. Diputados, consejeros, ministros, cargos de libre disposición nombrados a dedo por ellos, funcionarios de las escalas superiores… nadie acogido al amparo de papá Estado ha tenido que apretarse el cinturón. Dejo al margen a los pensionistas, porque son un capítulo aparte, pero constato que tampoco ellos han pagado su parte alícuota de esta catástrofe cuyo coste ha recaído íntegramente sobre las espaldas del sector privado y las generaciones venideras, condenadas a saldar una deuda astronómica. De ahí la alegría con la que algunos predican el toque de queda o cierre de bares y restaurantes. ¿Qué más les da a ellos lo que suceda a los afectados si tienen garantizados sus sueldos íntegros, incluso después de marcharse voluntariamente a casa, como ha hecho Pablo Iglesias? Salvando alguna excepción honrosa, el desahogo de nuestros dirigentes produce una mezcla de indignación y vergüenza ajena. Ni siquiera un sacrificio simbólico han tenido la decencia de hacer.

Como para mantener semejante dispendio es preciso esquilmar al ciudadano que aún no está en las colas del hambre, el presidente prepara un hachazo fiscal de los que hacen época y ha puesto en el punto de mira a los autónomos, víctimas de todas las crisis no solo por su escasa capacidad de defensa, sino por la distancia infinita que los separa de los gobernantes en términos de mentalidad. Si algo es consustancial al autónomo es la asunción de riesgos a cambio de libertad. El coraje de emprender sin red, fiándolo todo a su capacidad de trabajo. La voluntad de salir adelante a base de esfuerzo, renunciando a vacaciones pagadas, ‘moscosos’, ‘días de asuntos propios’ o incluso catarros con cargo a la Seguridad Social. Lo único que pide es que le dejen elegir la pensión que cobrará cuando se jubile y cotizar con arreglo a ella, dado que en materia fiscal recibe el mismo trato que cualquier otro español. ¡Pues no! Sánchez ha decidido meternos la mano en el bolsillo y tratarnos como a los asalariados, sin ninguna de sus ventajas, a ver si con lo que trinca puede seguir gastando en ‘políticas sociales’ consistentes en comprar votos.