ABC 13/06/17
DAVID GISTAU
· Entre los que militan en el independentismo, Guardiola no es de los cerriles, sino de los sofisticados
CUALQUIER principio de autoridad me parece autoritario. Pero eso es un problema mío, debido a los tam-tams esteparios que aún resuenan en mi rendición burguesa. Bien. He diagnosticado mi problema con la autoridad. Veamos ahora qué podemos hacer por Pep Guardiola. Tal vez una intervención de sus seres queridos, algo abrupto pero que le permita comprender que ha llegado el momento de pedir ayuda. Hubo síntomas antes que deberían habernos alertado. Ahora ya es una patología grave: el hombre, como si no lograra regresar del subidón de un tripi ideológico, se ha instalado en una dimensión delirante por culpa de la cual cree vivir en una dictadura tropical cuyos súbditos sufren tales penalidades represivas que se hace necesaria una intervención de las democracias mundiales. Qué digo, se hace necesaria la convocatoria de un concierto solidario con sacerdotes del pop como Sting y Bono. Pray For Catalonia. We Are The World. Y luego un desembarco en Tarragona de fuerzas tocadas con los cascos azules de la ONU que establezcan un perímetro de seguridad para que cesen las tropelías de ese Estado autoritario por el cual Guardiola se despierta por las noches gritando hasta que lo arropan en su camita: «Tranquiiilo, tranquiiilo, dueeeerme, no, no vienen a por ti, esos malvados españoles, con sus morriones puestos».
Existe una degeneración en los portavoces de las leyendas negras. Hemos pasado de los heroicos militantes que corrieron delante de los grises a este otro que sólo corrió delante de los centrales del Real Madrid. Ahí ocurrió su epifanía, delante de esos Tercios alegóricos cuyos «tacklings» representaban la agresión a un pueblo puro y esclavo por parte de un Estado autoritario que –basta con ver su vida– se ensañó especialmente con Guardiola. Mucho más que Francia con Dreyfuss, es raro que a Guardiola no le haya salido un Zola que lo reconforte intelectualmente de todos los abusos que sufrió como preso de conciencia. Cómo sería de taimado ese Estado represor, que a Guardiola le pagaba primas millonarias a través de la RFEF para que nadie se diera cuenta de lo que le hacían en las mazmorras. Existía, eso sí, la crueldad, denunciable en La Haya, de obligarlo a escuchar el himno antes de los partidos. Ahí nos pasamos un poco, hay que admitirlo. A lo mejor contribuimos a su confusión actual, tortura sónica lo llamaban en Guantánamo.
Entre los que militan en el independentismo, Guardiola no es de los cerriles, sino de los sofisticados. Pues cómo serán de brutos los cerriles si los sofisticados de verdad creen, como si los hubieran programado en una secta, el relato alternativo del nacionalismo. Si de verdad creen que representan a todo un pueblo monolítico y victimizado por un Estado exógeno. Si de verdad creen que son herramientas de opresión las leyes de obligado cumplimiento, lo mismo en Cataluña que en Extremadura, que son las que nos hacen libres e iguales antes los textos y los credos constitucionales. Y éste era el cerebro de la selección.