Juan Francisco Ferré-El Correo

  • La democracia española atraviesa una grave crisis que solo tiene una solución a la vista: elecciones de inmediato

La democracia está triste, qué tendrá la democracia. La democracia se muere de tristeza, sí, y también de aburrimiento. La democracia ha perdido la gracia y la cosa no es para reírse. Los hijos e hijas de los sesenta nos enamoramos de ella como de una diosa sexual, seductora y ardiente. Ese idilio pletórico de los setenta y ochenta acabó en divorcio traumático con leguleyos y burócratas vigilando cada uno de sus pasos peligrosos.

La poesía del fútbol son los goles, decía Pasolini, asesinado hace medio siglo por ejercer la libertad de provocación al máximo, sin miedo a la verdad. La poesía de la democracia, añado con ironía, son las elecciones. Sin elecciones, la democracia es como el cielo plomizo que no descarga el agua bendita sobre la tierra. Sin elecciones, la democracia es como el matrimonio en el que no hay deseo ni placer mutuo. Un rollo insufrible, vaya.

El bloqueo que vive ahora la democracia española tiene muchas explicaciones, no todas racionales, y ninguna justificación. El calendario electoral no es una obligación insuperable y los cuatro años de legislatura no pueden convertirse en un calvario político para los ciudadanos. Cuando se alcanza un punto muerto como este, negarse a recurrir al único instrumento que remediaría el estancamiento institucional no es un ejemplo de resistencia, sino de tozudez en la apropiación ilegitima del poder. Beneficiarse de los privilegios legales de este mientras te asedian los casos de corrupción y la parálisis es una aberración democrática. Sin Presupuestos, otro año más, y condenado a la impotencia legislativa, no hay razones para no disolver las Cortes y convocar elecciones. Que sean los votantes quienes decidan el futuro del país y que este, sobre todo, no esté encadenado al futuro incierto del presidente del gobierno y su partido.

En democracia, lo fundamental no son los partidos ni sus representantes electos, sino el libre juego democrático que permite votar y poner fin a una situación de enquistamiento político. Cuando un gobernante se demuestra incompetente y desaprensivo en su ejercicio del poder, todos los mecanismos democráticos deberían activarse para forzar elecciones y salvarnos de sus desmanes. Que Sánchez pretendía el poder absoluto, como en Venezuela, puede sospecharse. Que su proyecto está tan muerto como Franco, es cada día más evidente. Qué más hace falta, en nombre de la democracia, para desnudar las urnas e invitar al pueblo a la orgía electoral. Qué más tiene que pasar. Triste democracia.