EL MUNDO – 07/05/16 – LUCÍA MÉNDEZ
· El tiempo le llega a todo el mundo. Ese tiempo en el que, vayas donde vayas, te tropiezas con el pasado. Intentas esquivarlo. Cruzas de acera. Cambias de costumbres. Cierras los ojos. No quiero verlo. Pero, como en aquel cuento de Las mil y una noches, es inútil esconderte en el último rincón. El pasado siempre acaba apareciendo donde menos te lo esperas.
Esas modistas desaparecidas en los años de la fiesta que han vuelto a aparecer en los barrios. El mismo olor a tela, la maraña de agujas, dedales y cintas métricas. Los jabones para marcar los patrones. Como cuando acompañabas a tu madre a tomarse medidas para un vestido de estreno. Nunca más de un par de veces al año. Las tiendas de lanas de colores para hacer punto a mano con las mismas agujas de antaño.
El pasado te aguarda en la butaca del cine. En la tierra rozada por las manos del abuelo de El Olivo, la última película de Icíar Bollaín. Tres décadas de España resumidas en una fábula moral. El abuelo agricultor, los hijos que persiguieron el pelotazo y el pelotazo que partió a la familia por el eje. La nieta rebelde que regresa a los valores del abuelo, en un viaje de locos para recuperar el olivo milenario guardado en un escaparate de Düsseldorf. Hasta el nombre suena grande, comparado con nuestra pequeñez, dice el tío Alcachofa, arruinado por la crisis, cuando respira el aire de Alemania desde la cabina de un camión.
Muchos españoles hemos viajado del pueblo a Düsseldorf en los últimos 30 años. De la tierra al asfalto. De las modistas a la ropa de confección. Del barreño a la ducha de masaje. De la mesa camilla tapada con el hule del mapa de España al mobiliario de oficina. De las ventanas mal cerradas a las grandes cristaleras con tanto brillo que ciega los ojos.
Un brillo nos trastornó pensando que el acceso a esa confortable clase media era para toda la eternidad. Millones de españoles tropiezan con el pasado en forma de estrecheces. Los perdedores de la crisis son legión. Están por todas partes. Ni cruzando de acera podríamos esquivarlos
El tiempo le llega a todo el mundo. Ese tiempo en el que los valores que de niños nos parecían arcaicos, trasnochados, primitivos y atávicos, ahora nos suenan a gloria bendita porque no abundan. Como el honor, la honradez, la decencia y el coraje.