Editorial-El Correo

  • Revienta la negociación con la UE con nuevos aranceles, amenaza a Apple si no fabrica en EE UU y ataca a Harvard tras su fracaso en Ucrania y Gaza

Donald Trump ha convertido Europa en su obsesión. El presidente de Estados Unidos reactivó ayer la guerra comercial con la UE con una nueva estrategia de desgaste: reventar la negociación con la Comisión Europea en mitad de la misma. Dinamitar la tregua al considerar que el diálogo «no llevaba a ninguna parte». Como alternativa, anuncia la imposición de aranceles directos del 50% a las exportaciones de los socios europeos a partir del 1 de junio. A golpe de órdago, pretende imponer su ley, en una ofensiva que modula en función de los resultados para sus intereses. Cuando se encendieron las alarmas en su país por el riesgo de recesión en la economía, el magnate decidió rebajar la tensión con China, que había sabido aguantar la presión con un intercambio arancelario no menos disparatado, y ponerse la medalla del acuerdo «histórico» con Reino Unido. Sin perder los nervios, Bruselas debe seguir manteniendo el envite como hasta ahora, a pesar del desgaste que supone el pulso con la principal potencia del mundo.

Y pese a las manipulaciones. Resulta un sarcasmo la revisión partidista que hace Trump de Europa para intentar justificar su beligerancia -la UE, alega, se formó «con el objetivo de sacar provecho de EE UU en materia comercial»-. Su cruzada solo ha conseguido devolver la inestabilidad a los mercados y llevar los números rojos a los principales selectivos de Europa. Con Trump, no hay distensión posible.

Tampoco se libran sus referentes empresariales. Trump amenazó a Apple con aranceles del 25% si no fabrica el iPhone en EE UU, en vez de en India, donde la mano de obra resulta notablemente más barata. Esta es otra de las fijaciones proteccionistas del líder republicano en su intento por recuperar la producción tecnológica en su país, lo que provocaría un notable encarecimiento del producto para el consumidor. Con esa misma táctica de golpear antes de negociar, el magnate ha elevado la presión sobre la Universidad de Harvard, a la que prohíbe la admisión de estudiantes extranjeros con la delirante justificación de evitar «la violencia, el antisemitismo» y presuntos vínculos «con el comunismo chino». Ataques comerciales e ideológicos con los que busca recuperar el protagonismo perdido tras sus últimos fracasos internacionales: imponer a Rusia una ‘paz exprés’ en Ucrania -insuficientemente mitigado por el intercambio de prisioneros de ayer- y convencer al Gobierno israelí de acabar con la sangría en Gaza.