Al frente de Comercio estará Wilbur Ross, de 79 años, que ha hecho una fortuna de 2.900 millones de dólares (2.700 millones de euros) en Wall Street, y que es miembro del consejo de administración del gigante de la siderurgia ArcelorMittal, que en España es la dueña de la antigua Aceralia, la siderúrgica de Asturias y el País Vasco.
Ross, de 79 años, ganó su apodo por sus actividades comprando empresas del acero en EEUU, reestructurándolas y vendiéndolas. También se ha beneficiado de lo que Donald Trump ha criticado: el libre comercio. Su empresa textil ITG empezó en Carolina del Norte, pero ahora también tiene fábricas en México y en China.
La entrada de un financiero que se ha favorecido del libre comercio en el Gabinete de Donald Trump podría parecer tan surrealista como la colección de arte de Ross, que incluye 25 cuadros de René Magritte valorados en unos 100 millones de euros. Pero no es la única contradicción que viene de un presidente electo con el que se puede desayunar la semana que viene si se pagan 5.000 dólares (4.720 euros).
Otro ejemplo de contradicción es Steven Mnuchin, el secretario del Tesoro. Mnuchin es ex vicepresidente ejecutivo del banco de inversión Goldman Sachs, al que el presidente electo puso en un anuncio como uno de «los globalistas» que se están beneficiando «de nuestros desastrosos tratados de libre comercio y de la masiva inmigración ilegal que están desangrando nuestro país» (otro de «los globalistas» era el financiero y filántropo demócrata George Soros, socio de Ross y de Mnuchin, y a quien Trump debe 40 millones de dólares).
Pero Mnuchin es más que un simple globalista. También es el coproductor de taquillazos de la talla de Avatar, y las series El Planeta de los Simios y X Men, que fueron cofinanciadas por Dune Entertainment, un vehículo de inversión que él creó en 2005. Mnuchin participó en esos éxitos –y también en algún desastre en taquilla, como Nuestra marca es crisis, con Sandra Bullock– en colaboración con Rupert Murdoch, el dueño del imperio de medios 21st Century Fox y News Corporation, en cuyo consejo de administración está José María Aznar.
Mnuchin también se benefició de la crisis de las hipotecas basura. Fue en 2009 cuando, junto con Soros, John Paulson (que ganó 3.000 millones de euros apostando por el colapso inmobiliario de EEUU) y otros financieros (y el dueño de la empresa de ordenadores Dell, Michael Dell) compró el banco californiano IndyMac, que estaba en quiebra y había sido nacionalizado. El precio de compra: 1.400 millones de euros. El de venta, dos años después: 3.200 millones de euros.
Entremedias, IndyMac cambió de nombre a OneWest, recibió otros 940 millones de euros del contribuyente, vía la FDIC por los «riesgos» que había tomado, y puso en práctica una estricta política de ajuste de costes que le llevó a realizar 36.000 desahucios. Algunos de ellos saltaron a la prensa, como un caso en Minnesota en el que la propietaria de una casa se encontró con que el banco les había cambiado la cerradura en medio de una tormenta de nieve. Fue entonces cuando los grupos de defensa del consumidor bautizaron a OneWest de «máquina de desahucios». Mnuchin, que vive en un edificio en Manhattan conocido popularmente como «la torre de los multimillonarios», ha sido hasta ahora un donante de Hillary Clinton.
Con la llegada de Ross y Mnuchin se confirma el toque multimillonario del equipo de Trump. Su principal asesor, Steve Bannon, también trabajó en Goldman Sachs y antes de convertirse al nacionalismo económico participó en deslocalizaciones de empresas de EEUU a países con mano de obra barata. Su secretaria de Educación, Betsy DeVos, tiene una fortuna de 4.800 millones de dólares, como heredera del imperio de las ventas piramidales Amway, y su hermano Erik Prince, es el fundador de la empresa de mercenarios Blackwater, que ahora se llama Academi y está siendo investigada en EEUU por sus lazos con el Gobierno chino.
Ésos y otros conflictos de interés no parecen ser un problema para Trump, que ayer dijo que la semana que viene anunciará que abandona la gestión de sus negocios, de la que se encargarán sus hijos, a pesar de que legalmente no está obligado a ello.
La cuestión es que dejar los negocios no disipa las dudas. Trump puede seguir en contacto con su familia, y mantener relación con países en los que tiene intereses, desde Alemania hasta China, pasando por Panamá y Filipinas. Además, las empresas de Trump se beneficiarán de subvenciones –de hecho, ya ha recibido una desde que fue elegido presidente– y de otras ayudas públicas. El contraste con Barack Obama, que en 2009 renunció a refinanciar su hipoteca para evitar ser acusado de conflicto de interés, es evidente.