ABC 06/02/17
· El líder del Senado, por su parte, califica al líder del Kremlin de «matón»
Los republicanos avanzan a trancas y barrancas en su intento de convertir el mandato de Trump en viento a favor. Su control del Congreso debería otorgarle al menos cuatro años del cambio social, económico y político que buscan tras los ocho años de Barack Obama. Pero el presidente no está dispuesto a allanar el camino. Un nuevo guiño a Vladímir Putin soliviantó ayer a sus compañeros de viaje, que se vieron obligados a desmarcarse de las provocaciones. En una entrevista con el periodista de Fox News Bill O’Reilly, Donald Trump equiparó a Estados Unidos con la Rusia de Putin, en una conversación que se produjo de esta manera. El presidente argumentaba al periodista que «es mejor tener una buena relación con Rusia que no, aunque no sé si el señor Putin querrá pelea…». Cuando el entrevistador le interrumpió para espetarle que Putin «es un asesino», el presidente de Estados Unidos le replicó: «Nosotros tenemos a muchos asesinos… ¿Cree usted que nuestro país es tan inocente?».
La aseveración de Trump es como lluvia sobre mojado para los republicanos, que han asistido desde la campaña electoral a un idilio aparente entre el entonces candidato, después presidente electo, y Putin. La polémica aumentó al nombrar Trump secretario de Estado a Rex Tillerson, un reconocido amigo del presidente ruso, lo que le complicó extremadamente la confirmación por el Congreso, y en particular por la oposición de algunos senadores republicanos, que finalmente terminaron dándole su apoyo.
El líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, volvió empuñar ayer la espada crítica contra Trump, cuando se desmarcó abiertamente de las afirmaciones del presidente. Además de llamar «matón» a Putin, resaltó en este punto su «discrepancia» con el presidente. Una diferencia de criterio que extendió al respeto hacia los jueces, después de que Trump hubiese arremetido el día anterior contra el juez federal que paralizó la orden ejecutiva sobre inmigración.
Los primeros pasos de la Administración Trump con respecto a Rusia muestran una suerte de política exterior esquizofrénica. Después de que la embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, lanzara un duro mensaje de acusaciones a Putin por sus «inaceptables acciones» en Ucrania, los guiños de Trump al presidente ruso siguen mostrándose como una confusa interferencia. Ayer, la incertidumbre creció cuando el vicepresidente, estrechamente unido a Trump, abrió la puerta a la supresión de las sanciones a Rusia en la Europa del Este, «en el caso de que haya un cambio de actitud» en los próximos meses.
Desde que fuera elegido presidente, Donald Trump ha apostado por una buena entente con Putin. No forma parte de una particular estrategia en política exterior. Sencillamente, la identificación con el presidente ruso, del que en campaña repitió que era «más contundente e inteligente que Obama», le ha funcionado bien como mensaje para esos millones de seguidores que buscan en el presidente de Estados Unidos a un mandatario fuerte.
En otra reciente paradoja, el nuevo secretario de Estado, pese a su cercanía personal a Putin, no ha tenido reparo en mostrar un mensaje duro contra Rusia desde los días precedentes y después de su toma de posesión. Aunque los últimos días no se ha pronunciado expresamente, la intervención de su embajadora ante la ONU constituyó un aviso que incluyó el doble lenguaje de apertura a «una buena relación», pero también de advertencia de que Estados Unidos seguirá denunciando ante Naciones Unidas la «intolerable» invasión de la península de Crimea.