JOSÉ MARÍA CARRASCAL – ABC – 28/05/17
· El Trump presidente ha sido el Trump candidato aumentado y corregido.
Decían los griegos –a los antiguos me refiero– que cuando los dioses quieren perder a un mortal, le dan triunfos. Donald Trump llegó a la presidencia norteamericana no por designio de los dioses, sino por el amargor, la frustración, el resentimiento, caldo de cultivo para demagogos, que la gran crisis de 2008 dejó sumergido a Occidente. Algo parecido ocurrió tras la de 1929, con el surgir de partidos nuevos y líderes populistas que arrasaron entre las masas, cuya herencia conocemos. Trump, un hombre de negocios que no había tenido ningún cargo público, barrió y ganó a una Hillary Clinton que había tenido demasiados sin darse cuenta de que el mundo había cambiado.
Lo hizo a base de exageraciones, baladronadas, insultos y brindis al sol, que se le perdonaron por novato, suponiéndose que en la Casa Blanca se rodearía de expertos que le reconducirían. Desgraciadamente, no fue así. El Trump presidente ha sido el Trump candidato aumentado y corregido, pero sólo porque las circunstancias le han obligado a ello. Ha tenido que deshacerse de sus colaboradores más íntimos, meter en el cajón algunos de sus planes más queridos, ver aumentar el número de enemigos y comprobar que la política es muy distinta de los negocios, aunque también es verdad que cayó cinco veces en bancarrota.
En tales circunstancias, ha hecho lo que suelen hacer los malos gobernantes cuando se ven en apuros en casa: irse fuera. Su gira por los países aliados, aunque se había hartado de insultar a casi todos ellos, estaba planeada como triunfal. Se ha quedado en mucho menos y, si no ha sido un desastre, le faltó poco. El Oriente Medio y Europa, dos de las zonas neurálgicas del planeta, han podido contemplar en directo a Donald Trump y comprobar lo que es: un hombre de escasas ideas, aunque roqueñas, que, como todos los demagogos, ofrece soluciones simples a problemas complejos, carente de alternativas y de cualquier tipo de charm o carisma, algo fatal para un populista.
Los saudíes le compraron un montón de armas –que vendrán bien a su industria–, pero está por ver si cesan su apoyo a los yihadistas. Del conflicto israelí-palestino sacó sólo en limpio que «es más complejo de lo que parece» (él quería solucionarlo a través su yerno, judío) y con los aliados europeos quedaron aún más de manifiesto sus diferencia en el cambio climático, el comercio y la defensa, aunque todos prometieron redoblar la lucha antiterrorista. ¡Qué remedio!
Aunque lo que más quedó claro fue que Donald Trump es un patán, un matón incluso, alguien que va por la vida presumiendo de mujer guapa, avasallando a la gente para ponerse en primera fila, hinchar pecho y decir: «Aquí mando yo, que soy el que paga». En el bar del barrio puede que surta efecto, pero en el complejo mundo de 2017 lo mejor que puede sacar es una sonrisa, como ya las ha sacado de este viaje en las más distintas cancillerías.
JOSÉ MARÍA CARRASCAL – ABC – 28/05/17